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((**Es16.298**) Bonetti, habiendo visto sus cartas a don Bosco, quisiera publicar alguna para edificación ((**It16.353**)) de los lectores. Pero la señora, enterada de ello por don Bosco mismo, le rogó que no lo hiciera. Reverendo y querido don Bosco: Su óptima carta del día trece de febrero hubiera pedido una rápida respuesta, pero mi salud, siempre algo vacilante, no me permite llegar a la noche habiendo cumplido todo lo que me propongo hacer por la mañana, por eso no he podido hasta ahora tomar la pluma para rogarle, por caridad, íque no deje imprimir nada de cuanto yo escribo!... Lo hago a la buena de Dios, sin preocuparme y usted me comprende; pero mis cartas no merecen, después de leídas, más que echarlas a la chimenea. Por lo demás, le hablo ahora con el corazón abierto, pues sé que me cree y no imprime lo que le escribo; y le diré que, desde que he perdido al querido ángel de marido, mi único deseo es que no se hable de mí, como si estuviese ya sepultada con él en la cercana Castagnavizza. No deseo en este mundo más que servir al Señor como quiera y donde él quiera, como yo puedo y debo hacerlo, y todo lo demás me es indiferente. Pero tengo otro motivo más para desear que quiero evitar verme mezclada en ello; y para lograrlo no hay más camino que el que he tomado, tan pronto como mi querido Enrique fue sepultado; esto es, retirarme completamente de todo lo que pueda hacer hablar de mí y dar ocasión a que me vengan con cosas que ya no me atañen. Si aparecieran en los Boletines Salesianos, tan bien intencionados por su lado, podían por el suyo los entremetidos en mis cartas, volver a acordarse de mí y venir de nuevo a mi alrededor para una u otra cosa, de las que ya no me toca a mí preocuparme. Aquí tiene mi corazón abierto, que usted lo entenderá muy bien, sin que quepa duda. Entiendo muy bien su apreciada letra y me satisface verla; no puedo agradecerle bastante las oraciones que usted y sus huerfanitos hacen por mí y que experimento me son muy saludables. Rogándole continúe con ellas me uno a usted en el Corazón de Jesús y María y me declaro con efusión su agradecidísima, Gorizia, a 1.° de marzo de 1885. MARIA TERESA Un día preguntó don Carlos Bellamy a don Bosco por qué había podido afirmar que la enfermedad del Conde no era ad mortem, cuando después murió. Le repitió tres veces la pregunta y sólo, a la tercera, obtuvo respuesta. El Siervo de Dios, casi molesto, le dijo: -Dios le había devuelto la salud para Francia, no para sí mismo, ni para ir de caza... Su puesto estaba ((**It16.354**)) en Francia. La Condesa lo disuadió siempre de volver, porque temía que se repitieran los horrores de 1793... La idea del patíbulo la aterrorizaba. Quizás pueda deducirse de estas palabras que también don Bosco, a la par de otras lumbreras de la Iglesia, no aprobaba los escrúpulos del Príncipe en el asunto de la bandera, escrúpulos en realidad mucho (**Es16.298**))
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