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((**Es16.296**) santa misa para obtener la suspirada gracia: la completa curación del señor conde de Chambord. Nuestras oraciones; unidas a tantas otras como se hacen con este mismo fin en casi toda Europa, deben, sin duda, ser escuchadas, salvo que Dios, en su infinita sabiduría, considere que es mejor llamar al augusto enfermo a gozar el premio de su caridad y de sus demás virtudes. En este caso, diremos humildemente: -Así plugo a Dios y así sucedió. Pero yo estoy convencido de que no hemos llegado todavía a este momento. Pero, mientras pedimos a Dios que nos obtenga la curación del señor Conde, no dejamos de elevar fervientes oraciones por V. A., señora Princesa, y por la conservación de su preciosa salud. La gracia y el poder de Nuestro Señor Jesucristo reinen siempre en toda su familia. Dígnese añadir una oración por el pobre que esto escribe, y tiene el alto honor de poderse profesar para su gloria, De V. Alteza Turín, 14 de agosto de 1883. Su seguro servidor, ((**It16.351**)) JUAN BOSCO, Pbro. Estos consuelos llegaron más oportunos que nunca, pues los días del conde de Cambord estaban contados. Ya no fue posible hacerle recobrar las fuerzas, de suerte que, en la mañana del día veinticuatro, entregó el alma a Dios. El último descendiente de san Luis, rey de Francia, expiraba precisamente la víspera de la fiesta de su glorioso antepasado. En su dignidad de proscrito, Enrique V fue el representante respetado de un gran principio ideológico y de una antigua tradición monárquica. Habría podido abreviar su destierro, aceptando condiciones que él juzgaba equívocas; pero prefirió soportar hasta el fin con verdadera grandeza moral, como príncipe, que sabía hacer decoroso hasta el infortunio. No reinó pero, de hecho, fue considerado como uno de los que llevaban corona. Si mantuvo inviolables sus derechos dinásticos, lo hizo porque los consideraba inseparables de las tradiciones francesas y de los intereses nacionales de su patria; pero, en medio siglo de destierro, no dejó nunca trasparentar el menor pensamiento de querer alentar luchas intestinas, que pudiesen dar origen a una guerra civil 1. Pero lo que más ennoblecía sus dotes de príncipe era el espíritu eminentemente católico, en que se inspiraron todos los actos de su vida privada y pública. Toda la prensa republicana y radical de París, lo que parecería increíble en medio de tanta lucha de partidos, rindió homenaje al carácter del difunto. 1 Estos juicios son el compendio de dos artículos de la Revue des Deux Mondes (1.° y 15 septiembre de 1883). (**Es16.296**))
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