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((**Es16.218**) sencillas y pronunciadas con débil voz y pobre lenguaje. Muy pocos pudieron captarlas; pero todos o casi todos, tenían los ojos arrasados de lágrimas. Rara vez se vio un contraste como el que ofrecieron aquel día aquellos dos hombres y sus dos intervenciones>>. ((**It16.255**)) Después de la ceremonia, la masa del público fue saliendo; pero las damas se dirigieron hacia la sacristía, ansiosas de ver a don Bosco de cerca y de recibir su bendición particular. Don Bosco contestaba a sus insistencias con señales negativas. Por fin, con toda humildad, dijo: -Yo no puedo dar mi bendición delante de Su Eminencia; no estaría bien, sería una falta de respeto. El Primado de Africa, dándose cuenta de su apuro, se retiró con delicadeza. Dramáticamente también, aunque por otro concepto, finalizó una conferencia, que, sin duda, tuvo lugar entre el día veintidós y veinticinco de mayo; pero no sabemos en qué iglesia, o capilla, pues no se cuidó de indicarlo quien tomó nota del hecho. Don Bosco habló de María Auxiliadora y repitió una vez más lo que había dicho y repetido tantas veces; que él no era el autor de las maravillas que se le atribuían, sino que debían agradecerse a María Auxiliadora; Ella, que había comenzado, seguía incrementando una obra emprendida para el bien de la juventud; que era la Virgen quien obtenía las gracias en número incalculable. Mientras decía esto, se levantó un señor y pidió la palabra; habló de un pobre padre de familia, que tenía a su esposa enferma de hidropesía hacía varios años y a un hijo a punto de muerte, con los santos óleos ya recibidos. Describió el corazón de aquel padre desgarrado por el dolor, después su esperanza en la eficacia de la bendición de don Bosco y, por fin, su alegría cuando vio a la mujer y al hijo recobrar la salud y los acompañó a la iglesia a oír misa. -Sí, protestó, esta gracia tan señalada debe atribuirse a la Santísima Virgen, pero a través de las oraciones de don Bosco. El Santo escuchaba enternecido; el auditorio estaba conmovido intensamente. Pero la conmoción llegó al colmo, cuando aquel señor, rompiendo a llorar, vertiendo las lágrimas contenidas hasta entonces con dificultad, exclamó: ->>Sabéis quién es este marido, este padre afortunado? Soy yo, Portalis. Antonio LefŠvre-Portalis era un antiguo diputado del Parlamento Nacional. Don Bosco no añadió palabra; sino que, cortando su discurso, se retiró. (**Es16.218**))
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