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((**Es16.201**) Así, pues, precedido y protegido por un grupo de valientes, avanzaba lentamente hacia el púlpito, mientras todos los que podían agarraban sus manos para besárselas. Por fin, apareció allí arriba y saludó con una ligera inclinación de cabeza al auditorio; se sentó, y midió con la mirada aquella masa de gente, que le contemplaba. Con las fuerzas tan mermadas, con aquel conocimiento tan rudimentario de la lengua, otro extranjero, un italiano que no fuese don Bosco, se habría sentido desfallecer ante tan numeroso y selecto público, habría soltado del mejor modo posible cuatro frases recomendando la limosna y se habría industriado por zafarse cuanto antes de una situación tan embarazosa. El, por el contrario, sin perder lo más mínimo de su calma habitual y con la humildad de quien por amor al prójimo no hace el menor caso del mal papel, por bochornoso que éste fuera ante sus semejantes, pronunció un discurso relativamente largo. Su voz apagada no llegaba seguramente muy lejos, y, sin embargo, no se advirtió la menor señal de protesta o de descontento, como es natural que suceda en casos parecidos. Hablaba despacito, pronunciando las palabras de una manera tan clara que, sin dificultad, se podía escribir cuanto decía. En efecto, un redactor de la Gazette de France y algún otro taquigrafiaron fácilmente todo lo que dijo. Lo traducimos aquí, encerrando entre paréntesis algunos períodos omitidos por la Semaine Catholique de París, que lo reprodujo. Señores, Estoy profundamente conmovido a la vista de tan numeroso público y no sé cómo responder a esta solícita atención. Es una satisfacción indecible para mí ((**It16.235**)) hablar a una asamblea tan notable de buenos católicos. Acerca de la juventud vamos a tratar. De acuerdo con las palabras de uno de vuestros más ilustres prelados, monseñor Dupanloup, la sociedad será buena, si dais una buena educación a la juventud; si la dejáis caminar al impulso del mal, la sociedad resultará corrompida. Cuando me hablan de la juventud, decía un santo sacerdote, no quiero que me hagan proyectos; quiero ver los resultados obtenidos. Pues bien, voy a exponeros con sencillez lo que la divina Providencia nos ha permitido hacer por la juventud; vuestros corazones se enternecerán. Os interesaréis por nuestros pobres huérfanos abandonados. No sólo queremos mantener, educar e instruir a todos los que ya hemos recogido; queremos salvar a muchos más. Antes de explicaros nuestras obras, os indicaré cómo pienso pagaros mi deuda. Por concesión especial del Padre Santo, puedo daros a todos los aquí reunidos ante el Señor, para vosotros y para vuestras familias, una bendición, que lleva aneja la indulgencia plenaria. Mañana celebraré la misa, según la intención de todos los que prestan su colaboración a nuestra obra y, especialmente, de nuestras caritativas limosneras, del señor cura párroco y del clero de la parroquia. Pediré al Señor que os (**Es16.201**))
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