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((**Es16.196**) Dios; parecíale entonces presagiar confusamente que se aproximaba el momento de que iba a encontrar a quien le haría de guía en la ardua decisión. Las primeras palabras del Santo le impresionaron. Al verle ir a su encuentro, don Bosco le saludó con estas palabras: -Hace ya mucho tiempo que deseaba conocerle. Después de la misa, no sabía separarse de su lado; le miraba a la cara, observaba sus actos, bebía ávidamente sus palabras. No hablaron nada entonces sobre la vocación; pero el Príncipe quedó cautivado de tal modo por las maneras de don Bosco, que empezó con él una filial correspondencia epistolar enviándole frecuentes limosnas. El primer autógrafo del Santo al futuro don Augusto, que llegó hasta nosotros, es precisamente una cartita de acción de gracias, fechada el 4 de octubre del año 1883. Está escrita en francés y dice así: <((**It16.228**)) Nuestros muchachos rezarán y comulgarán conmigo, según las intenciones del señor Príncipe, implorando sobre él gracias y bendiciones>>. Lo volveremos a encontrar junto a don Bosco en el curso de nuestra historia, antes de que llegue el día de su ingreso como aspirante en la Congregación Salesiana 1. Todo cuanto hemos narrado hasta ahora y lo que nos queda por contar, parecería sucedido en plena edad media; en cambio, sucedió en el corazón de París, en el gran centro del moderno laicismo. Señal evidente de que el mal no ahogaba en ella al bien ni siquiera entonces. Don Bosco no juzgó nunca a la capital francesa a la manera de ciertos escritores y otros que no lo son, los cuales la señalan con una especie de deleite sádico, para aborrecimiento de los buenos, como una ciudad de perdición. El año 1884 el abate Mourret, de San Sulpicio, se encontró en Roma con el Siervo de Dios, hablaron de su viaje a París, y le oyó exclamar: -íAh, París, París! íQué imborrables recuerdos me ha dejado! íQué población tan buena! íY qué corazones! 2. Parece que se puede calificar a París de ciudad de los contrastes. El bien que hay en ella no es inferior al mal; sólo que, como lo comporta su misma naturaleza, hace menos ruido y, por consiguiente, se da menos a conocer. La visita de don Bosco fue una ocasión que puso de manifiesto extraordinariamente el lado bueno de la gran metrópoli. 1 Véase Can. Doctor G. LARDONE, Il Servo di Dio Principe Augusto Czartoryski, sacerdote salesiano. Turín, S. E. I. 1930. 2 Bulletin Salésien, junio 1931. (**Es16.196**))
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