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((**Es16.176**) Cuando el Siervo de Dios recorrió el departamento común de las enfermas, faltaba una que se había ausentado adrede, y tenía sobrado motivo para ello. Huérfana de padre y madre, no se sabía siquiera qué nombre tenía, de modo que había tenido que ((**It16.203**)) ponerle uno la superiora, llamándola Juana Rayon. La amputación de una pierna la obligaba a caminar con muletas, pero esto no le impedía llevar una vida moralmente deplorable y se dedicaba a divertirse alternando con malas compañías en los días de salida. Sucedió, pues, que bajando el Santo la escalera, que iba del patio interior a la calle, se encontró precisamente con ella. De pronto se paró, la miró a la cara y le dijo de sopetón: -Usted está enferma, muy enferma, pero que muy enferma. Parece que la infeliz fue sorda a la voz de la gracia que, en aquel momento, llamaba a la puerta de su corazón. Salió del asilo y acabó miserablemente sus días en el hospital. Una jovencita de catorce años, Luisita Philippe, tenía paralizadas las dos piernas. Al pasar el Santo delante de ella, hizo un esfuerzo extraordinario para levantarse y le dijo: -íOh, si quisiera usted curarme! -No, hija mía, no. Es mejor que estés aquí. El Señor lo quiere así. íEstás muy bien aquí! Preguntada la mencionada religiosa del Santísimo Redentor, que frecuentaba la casa y nos dio noticia de aquel encuentro, cómo se explicaba aquella recusación de don Bosco, contestó: -Todas nosotras creímos que no quiso obrar el milagro, porque la muchacha era demasiado agraciada y con ello podría haber corrido graves peligros viviendo en el mundo. Esto decíamos entre nosotras. Con motivo de la visita de don Bosco al asilo, habían sido preparadas algunas jóvenes enfermas para la primera comunión; las damas protectoras entregaron después a cada una de ellas aquel retrato del Santo, en el que está arrodillado a los pies de María Auxiliadora. Estaban entre ellas nuestras cinco informadoras. Por la tarde de aquel mismo día, hizo una visita, que alborotó todo un barrio. Tenía su tienda en la calle SŠvres un humilde librero, llamado Josse, conocido desde hacía varios años por ((**It16.204**)) don Bosco, con quien se había encontrado en Cannes. El Univers del cinco de junio hace mención de gracias particulares y , especialmente, de una curación, que había encendido en el corazón del matrimonio Josse una inextinguible llama de agradecimiento. La colecta para la conferencia de San Sulpicio había sido organizada por la señora. El Santo, no pudiendo entonces dar las gracias, como hubiera deseado, a las (**Es16.176**))
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