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((**Es16.163**) Era una hermana de carácter jovial y alegre de la que nadie hubiera sospechado jamás las espinas que escondía en lo íntimo del corazón. Al llegar a la plaza, estaba tan abarrotada de coches que no era posible cruzarla. Un carruaje le llevó a la plaza de San Sulpicio; pero esta vez se dirigió hacia la parroquia. Hay al lado de ésta una iglesia que tiene su historia. Está dedicada a la Asunción y se llama iglesia de los Alemanes, porque en ella se juntaban, durante los siglos diecisiete y dieciocho, para las funciones dominicales las numerosas criadas de aquel barrio aristócrata, procedentes en su mayoría de la Suiza alemana. Había rezado en ella el Papa Pío VII en 1804, cuando fue a París para coronar el emperador Napoleón. En ella había abierto monseñor Frayssinous, a principios de siglo después de la revolución, el primer curso de conferencias apologéticas sobre los puntos fundamentales de la fe cristiana, conferencias que más tarde hicieron concebir el propósito de ampliar el campo de esta clase de enseñanza religiosa, trasladándolas al principal púlpito parisiense en la catedral de Notre Dame durante la cuaresma; famosas conferencias todavía en vigor. Más adelante se había introducido en la histórica iglesia otra obra, que florecía todavía durante la visita de don Bosco: eran los catecismos de perseverancia para señoritas de la alta sociedad. Se ocupaban de ello los vecinos seminaristas de los cursos superiores. La visita estaba anunciada para las diez y media; pero don Bosco se hizo aguardar una hora. Para ocupar el tiempo, el abate Sire, que llevaba la dirección de la obra, leyó algunos pasajes atrayentes de la vida del Santo en la biografía del doctor D'Espiney, como por ejemplo la historia del Gris, el episodio del manicomio, su manera de comenzar y sostener las fundaciones y algunos milagros ((**It16.188**)) obrados por él. La lectura despertó en los presentes un verdadero frenesí por ver a don Bosco. Se habían añadido muchas otras personas a las que acudían a la catequesis; se apiñaban hasta en los últimos rincones y ocupaban incluso la escalerilla del púlpito. El ruido de un coche, que se paró ante la puerta de la iglesia, electrizó a la gente. Acababan de entonar una canción, pero todos enmudecieron al instante. <>. 1 Una monja redentorista del convento de Landser, en Alsacia, que era entonces de las asiduas asistentes a la catequesis. Ella nos ha facilitado una copia de esta parte de su diario (20 de abril y 1.° de mayo). (**Es16.163**))
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