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((**Es16.119**) los heroicos excombatientes de Patay, nadie osó hacer valer los derechos de precedencia, sino que todos se inclinaron en respeto al reverendo anciano, que entró. El anciano y el religioso cayeron de rodillas ante don Bosco, ((**It16.133**)) que, primero, los consoló, prometiendo que el chico, aunque había recibido ya los últimos sacramentos, no moriría. Sin embargo, insistieron tanto que el Santo fue al palacio de Bouillé, en la calle de la Bienfaisance, donde, rodeado de la familia, agonizaba el moribundo. Don Bosco se arrodilló, rezó y, después, dijo: -Dentro de una hora, el enfermo se pondrá mejor y pronto comenzará la convalecencia. Y, tal como lo anunció, sucedió. El día veintiocho, ocurrió una escena tragicómica. Mientras la señorita Bethford luchaba para no moverse de su puesto con peligro de una irrupción en la biblioteca, hacia las cuatro, llegó una gran dama, vestida de negro y con un andar extrañamente hombruno, que preguntó por don Camilo de Barruel. Estaba éste en la planta superior, despachando la correspondencia y había dado orden de no molestarle. La señorita contestó que no estaba. -Pues yo sé que está aquí, replicó con cara muy seria la desconocida. Está en el segundo piso y yo subo arriba. El aire descarado con que había recalcado las últimas palabras prestó a la fina portera el valor de replicarle inmediatamente con viveza: -No, usted no subirá, sino que respetará la casa donde se encuentra y las órdenes que se le den. La altiva marimandona, por toda respuesta, se dirigió a la escalera que llevaba al piso superior, al paso que la otra la agarraba por un brazo y se esforzaba por detenerla. Entonces, atraída por el ruido, acudió la señorita Sénislhac y declaró a la intrusa que, en su casa, le prohibía poner pie en los apartamientos. ->>Es usted la señorita Sténislhac?, preguntó la despótica dama. -Sí, señora. Al oír esto, la desdeñosa matrona se apaciguó, tomó cierta confianza y dijo que quería comunicar a don Camilo de Barruel una invitación para que fueran a comer en su casa al día siguiente él, don Bosco y el padre Forbes. Ella era la señora D'Arsc. Cada tarde se entregaban a los visitantes programas para la conferencia del día veintinueve en la Madeleine. Aquel día no hubo audiencias; a casa Sénislhac sólo llegó una carta de cuatro páginas de (**Es16.119**))
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