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((**Es16.118**) al mando del general de Charette, realizaron heroicos prodigios bajo aquella bandera. La tarjetita estaba empapada en lágrimas de la afligida señora. El jovencito sufría altas fiebres tifoideas, que los médicos no tenían esperanza de atajar. La señorita Bethford prometió hacer lo posible ante don Bosco; pero después, recordando el caso del joven de Saint-Phalle y del enfermo, sugirió a la señora que enviara a eso de las cinco una persona de la familia y un coche propio para llevarse al saint homme. Hacía poco tiempo que habían comenzado las audiencias, cuando la señorita Bethford advirtió, desde su puesto de guardia, un altercado suscitado ((**It16.132**)) al pie de la escalera y, al poco rato, vio abrirse paso a fuerza de empujones y llegar hasta ella una gran dama muy alterada y deshaciéndose en gemidos desgarradores que movían a compasión a la muchedumbre apiñada en la antesala. Era la duquesa Salviati, que tenía una hija de dieciséis años moribunda. Quería ver al padre De Barruel y obtener a toda costa por su medio una visita de don Bosco. La señorita Bethford, vacilante, mandó llamar al secretario, que fue recibido por un violento estallido de llanto y prometió la visita. Cuando salió la duquesa Salviati, había que pensar en la marquesa de Bouillé. Acudió al padre De Barruel y le presentó la tarjetita. Hízolo sin el temor que solía posesionarse de ella en parecidas circunstancias, porque, ante una recomendación del cura párroco de la Madeleine, había que descubrirse. Pero don Camilo de Barruel, tan pronto como oyó de qué se trataba, contestó con un no tan resuelto, que la señorita Bethford no se atrevió a añadir palabra. Sin embargo, confiaba todavía en la sugerencia que había dado a la señora de Bouillé. A las cinco y media se paraba un coche en el patio; y subían después el abuelo materno del enfermo y el padre Argan, jesuita, y suplicaban a la señorita Bethford que interpusiera sus buenos oficios. >>Pero cómo conseguir que se interrumpiesen las audiencias? Don Bosco, que había llegado con retraso, llevaba un ahora escasa de audiencias, y había más de cien personas esperando desde después del mediodía. No sabiendo qué hacer llamó al padre De Barruel. Este se mantenía en el descansillo firme como una roca ante el pobre anciano, que desesperado, se mesaba los cabellos y gritaba: -He prometido a la madre del muchacho llevar a don Bosco; no puedo volver a casa sin don Bosco. La señorita de Sénislhac, tocada en lo más vivo del corazón, abrió paso en la sala con gran dificultad al señor de Bouillé, explicó el caso a los presentes hablando con tanta elocuencia que, poco a poco, la emoción ganó los ánimos de todos. Ante el nombre, que recordaba a (**Es16.118**))
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