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((**Es16.100**) -Señor Marqués, >>cuántos quedan? Volvió a asomarse el Marqués y le dijo: -Como un millar. Don Bosco no podía más, había que cortar. Vino el párroco a conversar un momento; después el Marqués le hizo pasar por una puerta próxima a la casa rectoral para partir desde allí. Cuando la muchedumbre, apiñada fuera, se dio cuenta de que ya no estaba, invadió la casa del párroco, preguntando a gritos dónde se hallaba don Bosco. Al oír que se había ido, iba a estallar un tumulto, cuando una voz gritó que estaba en casa del señor Baudon, calle tal, número tal. El señor Baudon era el presidente general de las Conferencias de San Vicente de Paúl. No todos entendieron bien la dirección; otros, llegados de barrios opuestos de París, ignoraban el domicilio. Empezó entonces un preguntar tumultuoso a los transeúntes y un aglomerarse de curiosos que duplicaban el gentío y, después una alocada carrera, porfiando por llegar los primeros. De allí a poco una oleada de pueblo llegaba a la casa del señor Baudon de Rozembau, forzaba la entrada, irrumpía en el zaguán y se lanzaba escaleras arriba. El dueño se asomó asustado a la ventana y preguntó qué pasaba. ((**It16.111**)) -Queremos ver a don Bosco. -No está aquí. -Sí que está. Han dicho que está aquí en su casa. -Sí, lo espero. Tendré la satisfacción de que venga aquí a comer; pero no ha llegado todavía. En aquel momento apareció el Siervo de Dios. Como Dios quiso, se libró también de aquel agolpamiento de gente, subió, entró en el salón y finalmente pudo respirar tranquilo. Una tarde llegó a la casa Sénislhac, después de la hora convenida. Todo el trayecto, desde la iglesia de la Madeleine, que distaba doscientos metros de allí, estaba tan atestado de gente que era imposible circular. Tuvo que bajar del coche y abrirse paso a pie. Vestía a la francesa, con rabat (golilla o babero) y faja. Nadie lo conocía. A cierto punto, empujado por el gentío, se encontró encerrado en el hueco de una puerta y fue empujado hasta el interior de un patio, de donde le costó salir y seguir su camino. Llegó a la meta, alcanzó la escalera e intentaba subir; pero no había manera de salvar el primer peldaño. -Déjenme pasar, decía amablemente. -No, le respondían. Yo tengo el número quince; yo, el veinte. -Bueno, volvió a decir al poco rato; si no quieren que pase, déjenme al menos que vaya a descansar en aquel peldaño. (**Es16.100**))
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