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((**Es15.286**) cuya memoria aún perdura. Había visto por la mañana, al atravesar la ciudad, el así llamado toro del aguardiente. El español no sabe prescindir en las grandes ocasiones de su diversión favorita. Por aquellos tiempos, donde no era posible tener una plaza de toros para las corridas, lo suplían de un modo expeditivo. Se tomaba un toro bravo, se le amarraba una larga cuerda a los cuernos y se le dejaba correr por calles y plazas, donde, ante muchos espectadores, hombres fuertes se colocaban ante la bestia, la acuciaban de mil modos, la provocaban por delante, esquivando sus acometidas y, en los momentos de peligro, siempre había uno que daba un tirón de la cuerda y detenía su furia. Se lidiaba el toro a la hora en que los del pueblo salían a tomar la copita de aguardiente; de ahí el nombre que ese día se daba al toro. Hoy está prohibida esta peligrosa diversión fuera de los cercados, pero entonces don Juan Cagliero pudo verla al atravesar la ciudad. Por eso, comenzó su sermón poco más o menos ((**It15.326**)) de esta manera: <> La moraleja era evidente, pero los comentarios del orador la afianzaron más, de modo que se asegura que se divulgó la peregrina ocurrencia y produjo buenos resultados. El Marqués, aunque sin confundirse con la plebe, asistía asiduamente a las funciones sagradas. También seguía la costumbre general de entonces entre las personas distinguidas, de recibir la comunión sólo de tarde en tarde y con toda la solemnidad de las grandes ocasiones, con traje de gala y luciendo las condecoraciones. Se trataba a Jesús como a un soberano. Mas cuando los Salesianos introdujeron el hábito de la comunión frecuente y vio el noble caballero que también la gente sencilla comulgaba a menudo, no sabía resignarse. Pero no tardó mucho y también él se convenció, rompió poco a poco su costumbre y llegó a recibir diariamente la comunión. Entonces la alegría de aquella alma cristiana era tanta, que no cesaba de manifestar su agradecimiento a don Bosco por el insigne beneficio que le había traído en el atardecer de su vida. Don Juan Cagliero se trasladó a Lisboa primero, y después a Oporto. En la capital de Portugal fue recibido cordialmente por el Nuncio (**Es15.286**))
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