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((**Es15.266**) escuela de artes y oficios; pero, ni siquiera entonces se encontró la manera de ponerse de acuerdo. De Agira, ciudad de veinte mil habitantes, situada en el corazón de la isla y perteneciente a la diócesis de Nicosia, hay un montón de cartas, desde febrero de 1877 hasta mucho después de la muerte del Beato. Dos cosas hay que destacar en ellas: la constancia del reverendo Felipe Julio Contessa, intentando conseguir una casa salesiana para su patria chica, y el deseo de don Bosco y de don Miguel Rúa de contentarlo, sin que llegaran a unas bases aceptables. El Siervo de Dios escribió sobre la primera carta: <>. Pero, ni la primera oferta ni las siguientes fueron capaces de eliminar las incertidumbres de aquel <>. No satisfecho de afanarse por su cuenta para conseguirlo, quiso el reverendo Contessa ((**It15.301**)) que mediara también el alcalde de Leonforte, otra ilustre población de la misma diócesis. Hubieran querido en ella un colegio semejante al de Randazzo, adonde iban a estudiar muchos chicos de Leonforte; se deseaba, además, que los Salesianos se encargaran de las escuelas municipales. Como siempre, faltaban condiciones que ofrecieran confianza. Desde el primer Capítulo General en adelante, se procedía cada vez con mayor cautela al emprender nuevas fundaciones. B A R I Alejándonos ahora de la isla del sol, vayamos al continente, a la capital de la Apulia. Durante los años 1880 y 1881, hubo un intercambio de correspondencia para una fundación en Bari. Una viuda de esta ciudad, María Cal_-Carducci, que vivía en Guarnieri, había ido con su hija a Turín, en octubre de 1878, para visitar a don Bosco: éste, al verlas tan piadosas y caritativas, las hizo cooperadoras salesianas. Cuando volvieron a casa, se impresionaron ante el estado de abandono moral de la juventud y ofrecieron una casa suya, situada en la parte antigua de la ciudad, para que se abriese allí un oratorio festivo. El Arzobispo, monseñor Francisco Pedicini, muy angustiado por la difusión del protestantismo en su diócesis y ansioso de poner a salvo a tantos pobres muchachos, no vio más arca de salvación que el oratorio; por lo que reiteró también sus súplicas. En la cuaresma de 1881, fue monseñor Belasio a predicar allí, y don Bosco le encargó que visitara la casa y le diera después su opinión. También él confirmó la apremiante necesidad que allí había de los Salesianos, especialmente para los niños. Pero siempre lo mismo: no se podía enviar tan (**Es15.266**))
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