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((**Es14.723**) dadas al superior. Más de una vez, me tocó sonrojarme y callar. -Una vez, que se hablaba del Director, dijo un clérigo delante de unos veinte jóvenes: íQué me importa a mí el Direcior! Cuando un hermano riñe a un muchacho, no diga nunca: Aunque los ((**It14.846**)) superiores no quieran castigarte, ya te arreglaré yo: antes prefiero marcharme de aquí. No hay que llamar nunca a un alumno que está al lado del director para castigarlo, aunque se haya refugiado allí a propósito, ni añadir palabras ofensivas a la autoridad aunque sea en voz baja: >>Qué me importa a mí el Director? Estas frases dicen claramente a los muchachos que el Director es un infeliz, incapaz de estar en su puesto, o que el clérigo es un insolente; y esto no tiene vuelta de hoja. Tanto maestros como asistentes permitan al Director cambiar un castigo e incluso perdonarlo, utilizando su derecho. Se debe suponer que el Director tenga tanto criterio como cualquier otro y no se debe suponer que haga algo contra la autoridad de un maestro. Interesa al Director que quede a salvo la autoridad de sus subordinados, y, por tanto, aunque exteriormente parezca que uno queda ofendido, no es así. El perdón concedido es siempre una señal de que el culpable ha reconocido su culpa, que el joven ha prometido repararlo, que le fue impuesta una reparación honrosa, como pedir perdón, etc... Y, además, en ciertas circunstancias, os ruego penséis que, a veces, no se puede obrar de otra manera, si se tiene en cuenta que la misión delicadísima del Director presenta muchas espinas y muchas dificultades, que no es tan fácil superarlas, si no es siguiendo la inspiración del Señor y el gran principio de la salvación de las almas. Y, si debéis sacrificar un poco de vuestro honor y algo de vuestra autoridad a este gran principio, >>parecería acaso un sacrificio demasiado grande? Y, si fuese necesario dar la vida, >>haríais algo superior a vuestro deber? Dejad, por tanto, al Director la libertad de dirigir, que no se vea obligado, por vanas susceptibilidades, a retroceder cuando con un perdón o una palabra amable, viese la posibilidad de salvar una alma. 6.° No hablar mal o bromear sobre cosas queridas por los muchachos, como la patria, el vestido, los amigos cuando no son malos: no reírse de su alcurnia, si son de alta sociedad, ni de su pobreza si son pobres; de su poco talento, si son tardos para aprender; de su fisonomía o defectos corporales; no permitir que los alumnos conviertan a sus compañeros en un hazmerreír. No nos permitamos hacer lo mismo nosotros; no narrar hechos que sean deshonrosos para el pueblo, la familia de alguien, ni tampoco bromear con el nombre de alguno que tuviese un significado ridículo o ambiguo. -Nadie puede imaginarse cuánto se ofenden los jóvenes con ciertas frases y cómo conservan en el corazón por mucho tiempo lo que ellos llaman ofensas. -Los padres, además, se irritan cuando sus hijos les cuentan algún chiste de mal gusto aplicado a ellos. El pobre no es menos orgulloso que el rico, incluso es más violento. En fin, tratemos a los alumnos como trataríamos a Jesús mismo, ((**It14.847**)) si estuviese como alumno en este colegio. -Tratémoslos con amor y ellos nos respetarán. -Es necesario que ellos mismos nos reconozcan como Superiores. Si los humillamos con palabras, porque somos Superiores, nos hacemos ridículos. 7.° No alabar a ningún alumno de una manera especial; las alabanzas destruyen las mejores dotes naturales. -Uno que canta bien, otro que declama con desenvoltura, enseguida es alabado, cortejado, apreciado: y, por tanto, la ruina principal de nuestro colegio en cuanto a la disciplina viene del teatro. -El Oratorio es una prueba (**Es14.723**))
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