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((**Es14.557**) Aquel día tenía que bendecir la mesa don Bosco, que efectivamente llegó acompañado por don Juan Cagliero. Profesas, novicias y postulantas estaban ya dentro. Don Bosco se adelantó, dio la bendición y, después, mirando alrededor y sonriendo, dijo a don Juan Cagliero: -íSon ya un buen número! Vendrá un tiempo en que las Superioras ya no se encontrarán entre estas hermanas de Nizza, sino que deberán estar en Turín, más cerca de los Superiores. A la postulanta le quedaron grabadas en la memoria aquellas palabras, preguntándose a menudo si aquello podría suceder algún día: tan lejos de lo posible le parecía a ella y a todas; aquel traslado es hoy un hecho real. Después preguntó el Siervo de Dios a la Madre Asistenta: >>Se puede ver vuestra sopa y vuestro plato? Hizo ella lo posible por mostrarle un plato mejor aderezado; pero él dijo: -Madre, >>qué hacéis? Estas Hermanas tienen mucho trabajo, alimentadlas bien, haced como nosotros, que tenemos dos platos. La Madre, ayudada por las otras quería hacer comprender que ellas se contentaban con menos y no necesitaban tanto como los hombres, y ya sobraba el trabajo que tenían para lavar platos... -íOh!, si por esto es, no os preocupéis, cortó don Bosco. Juntad en hora buena, si queréis, carne y pescado u otra cosa con verdura en el mismo plato; pero más abundante! íTenéis mucho que trabajar!... Cuenta la otra de las dos hermanas dichas esta anécdota. Siendo postulanta, oía repetir a menudo que, quien no tenía ((**It14.654**)) salud, debía volver a su casa. Pues bien, ella, que era de débil complexión y tenía mucho miedo a que le tocase aquella triste suerte, deseaba manifestar a don Bosco su temor para pedirle consejo. Convencida de que era un santo, como todas decían, estaba segura de que su palabra sería infalible; por lo tanto, en agosto de 1880, buscaba la manera de hablarle. Pero la natural timidez la retenía siempre de presentarse a él, hasta que, enterada de que estaba a punto de partir, cobró ánimos, se fue a la casa donde residían los sacerdotes y, aunque nunca había puesto allí los pies, llegó sin saberlo hasta la puerta de la habitación donde él solía recibir. Algunas Hermanas, que estaban allí esperando, le dijeron que se marchara, porque don Bosco tenía prisa para salir. En aquel instante apareció don Bosco con el sombrero puesto y el bolso de viaje en la mano; faltaba poco para la llegada del tren que debía llevarlo a Turín. La postulanta, apenas lo vió, se levantó sobre la punta de los pies, detrás de las Hermanas, y dijo en alta voz: (**Es14.557**))
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