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((**Es14.464**) da un salto hacia un lado y le clava en la cerviz unas banderillas. El animal herido se lanza contra otro, que le asesta un nuevo golpe. Entonces el toro se enfurece, muge desesperadamente, da vueltas de acá para allá en el ruedo, intentando derribar a todo el que se pone delante; pero en todas partes encuentra adversarios, que, con el mismo intento lo esperan y lo acribillan con sus golpes en los costados, en la cabeza, en la cerviz y uno le descarga una estocada en la nuca; de suerte que, después de tantos inútiles esfuerzos, la bestia cae redonda al suelo y muere 1. -La unión de los lidiadores, observó Pío IX, es la que cansa, vence, derriba la ferocidad del toro. Los enemigos de Dios y de la Iglesia, contra los que debemos luchar, son llamados toros en la Sagrada Escritura: Tauri pingues obsederunt me (hombres enfurecidos como toros me han cercado), quejábase el real profeta 2. La misma queja tenemos que repetir nosotros en estos tristísimos tiempos. >>Pero queremos derribar a estos enemigos y alcanzar la victoria? Estemos todos unidos contra ellos, como una compacta falange, y guardémonos de lanzar embestidas, de emplear la pluma o la voz unos ((**It14.543**)) contra otros. -Si estas palabras no son idénticas a las que salieron de labios del gran Pío IX, son éstos, empero, los pensamientos de su discurso. Os he recordado este acontecimiento y estas palabras, beneméritos cooperadores y cooperadoras, para que comprendáis plenamente la necesidad que hoy existe de que los buenos cristianos se unan entre sí, para promover el bien y combatir el mal, porque vis unita fortior, la unión hace la fuerza. Desde 1841, cuando este pobre sacerdote comenzó a reunir jovencitos en los días de fiesta, apartándolos de las calles y plazas para entretenerlos con diversiones honestas e instruirlos en nuestra santa religión, ya sintió la necesidad de tener Cooperadores que le ayudasen. Por eso, desde entonces muchos sacerdotes y seglares de la ciudad y, más tarde, piadosas señoras, aceptando su invitación, se unieron a él para ayudarlo, unos llevándole muchachos, otros asistiéndolos y catequizándolos; después le ayudaron las señoras y las comunidades religiosas remendando los trajes, lavando y proveyendo de ropa blanca a los más necesitados y abandonados. Con la ayuda de Dios y la caridad de estas buenas personas, lo que haya podido hacer este sacerdote y lo que hagan actualmente los Salesianos, ya lo sabéis vosotros por la lectura del Boletín Salesiano y no hace falta repetirlo aquí. Visto el bien que tantas personas juntas hacían en favor de la juventud pobre, se pensó en crear una asociación formal, con el título de Pía Unión de los Cooperadores Salesianos y hacerla aprobar por el Vicario de Jesucristo. Muchos Obispos, después de haberla reconocido en sus diócesis, la recomendaron a la Santa Sede y tengo la satisfacción de contar, entre los que más encarecidamente la promovieron, a Su Excelencia Reverendísima Monseñor Pedro María Ferré, nuestro veneradísimo Pastor. El Padre Santo Pío IX, de santa memoria, examinado el proyecto, lo aprobó; es más, deseando que la Pía Unión tomase mayor incremento, abrió los tesoros de las santas indulgencias. Desde el año de esta aprobación, 1876, hasta el día de hoy, los Cooperadores y Cooperadoras han aumentado en número hasta llegar a treinta mil, y aumentan cada día, a medida que la Pía Sociedad es conocida entre los fieles. 1 Se ve, a juzgar por la presente descripción, que Pío IX y don Bosco habían oído campanas, pero desconocían qué es una corrida de toros en una plaza cerrada, y, como debían saber muy poco de tauromaquia, no describen cómo un torero lidia o burla los ataques del toro, con distintas suertes, hasta darle muerte. (N. del T.) 2 Sal. XXI, 13. (**Es14.464**))
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