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((**Es14.419**) echó al suelo, arrastrándose para esconderse; enmudeció y daba puntapiés a todo el que se le acercaba e intentaba agredir con las manos especialmente a los sacerdotes. Reducido a la impotencia por los forzudos brazos de los que lo sujetaban de pies y manos, se esforzaba por morder y arrojarse contra ellos. Terminada ((**It14.489**)) la misa, aunque se agitaba mucho y se resistía a seguir adelante, lo llevaron en vilo y con enorme esfuerzo a través de la iglesia hasta la sacristía. Todos vieron cómo, al pasar ante el Santísimo Sacramento, los dientes del infeliz rechinaban horriblemente y le oyeron lanzar un silbido prolongado como el chirrido de algo que se está friendo en una sartén. Llegaron finalmente a donde estaba don Bosco, profundamente recogido en su acción de gracias después de la santa misa. Don Bosco se levantó del reclinatorio, miró al obseso con gran lástima, lo bendijo, rezó sobre él unas oraciones e indicó a los padres unas oraciones para rezarlas a diario durante todo el mes de mayo. Hizo después unas preguntas al pobre infeliz, que no contestó con palabras, sino con gestos a la manera de los mudos. Escupía a la medalla que don Bosco le daba a besar, intentando agarrarla con las manos para tirarla, queriendo morderla con los dientes para hacerla añicos. Don Juan Marenco, que llevaba en un relicario un cabello, perteneciente según la tradición popular a la Virgen, quiso experimentar la autenticidad de la reliquia, se la acercó, sujetándola muy apretada en el puño para que el energúmeno no la viera; pero éste se puso al instante tan furioso que causaba verdadero espanto. Dijeron los padres que se llamaba Francisco, que les era imposible hacerle rezar, y que tampoco dejaba rezar a los familiares. Refirieron los mismos que había caído en este estado el día de San José y que, por dos veces, se había tirado desde una ventana a cinco metros del suelo sin hacerse ningún daño. Sacado otra vez afuera a fuerza de brazos, tan pronto como se encontró lejos de la vista de personas eclesiásticas y de objetos sagrados, recobró el dominio de sí mismo, se puso a caminar por su propio pie y, hablando normalmente, decía, entre otras cosas, que tomaría la medalla lejos de la ciudad, porque de lo contrario quedaría muerto. Hay que esperar que con el mes de la Virgen terminase también la obsesión, merced ((**It14.490**)) a las oraciones ordenadas por don Bosco; pero nada sabemos de ello 1. 1 Entre los meses de junio y julio, un sacerdote de Lucca, don Rafael Cianetto, más tarde párroco de san Leonardo, en Borghi, tal vez recordando el hecho que contamos, recomendó a don Bosco una joven que le parecía atormentada por el espíritu del mal. El Beato le contestó: (**Es14.419**))
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