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((**Es14.407**) hermano del inolvidable don Domingo Ruffino. Después de salir del Oratorio, pasó una serie de peripecias, hizo de maestro en diversos ((**It14.474**)) lugares, hasta que el nostálgico recuerdo de la vida, transcurrida a la sombra del santuario de María Auxiliadora, lo devolvió a don Bosco en septiembre de 1880. Mi querido Santiago Ruffino: Tu carta me ha proporcionado una verdadera satisfacción. Siempre te aprecié mucho, y ahora que deseas volver al antiguo nido, se despiertan en mí las añoranzas del pasado, las relaciones confidenciales tenidas, el buen recuerdo del pasado, etc. Por eso, cuando tú te decidas a hacerte Salesiano, no tienes más que venir al Oratorio y decirme: -Aquí tiene usted el mirlo que vuelve a su nido. Lo demás será todo como era y como tú sabes. Pero deseo que tu venida no cree dificultades a tus actuales Superiores y, por tanto, si es preciso que difieras tu venida a Turín por algún tiempo, hazlo en buena hora, con tal que esto no acarree ningún daño a tu alma. Yo estaré en el Oratorio a finales de mes y allí te espero como padre, con ansias de volver a tener a su hijo. Allí hablaremos de lo que haga falta. Dios te bendiga, queridísimo Ruffino, y ruega por mí que fue y seré siempre tuyo en J. C. Roma, 17 de abril de 1880, Torre de'Specchi, 36. Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. La sexta carta, escrita al Director de la casa de Marsella, es una prueba más de que, en el corazón paternal de don Bosco, nunca se disociaba la preocupación por los grandes intereses comunes de la minuciosa atención a las necesidades individuales de cada uno. Mi querido Bologna: Pasado mañana salgo de Roma y por eso te adjunto algunas cartas que tú pondrás en un sobre y entregarás a los interesados. El Padre Santo, como ya te habrán dicho, envía una bendición especial para ti, para nuestros queridos muchachos, para todos nuestros bienhechores y hermanos, sin excluir a Borghi y Bernard, que harán poco si no se hacen santos. Es preciso que hables a menudo y con familiaridad a don Anacleto Ghione y a don Pirro. Son dos buenas personas, harás de ellos lo que quieras, pero hay que manejarlos como se hace con la pasta. Don Miguel Rúa me escribe que necesita absolutamente dinero. Le he ((**It14.475**)) enviado algo, pero no tiene ni para catarlo. Envíale lo que puedas. Podías entregar sólo veinticinco mil francos al empresario, contando los seis mil ya entregados. Ahora la cosa está hecha. Parece que el señor Cura párroco ya ha recogido algo. Pero tú procede con mucha prudencia y paciencia. Puedes aducir el motivo de que don Miguel Rúa ha hecho una deuda de quince mil francos para Beaujour, etc. He escrito, y sigo escribiendo, y todos me prometen limosnas para San León. (**Es14.407**))
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