Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es14.38**) -Señor Conde, díjole el doctor, tenemos aquí a don Bosco, que ha venido a verle. El Conde miró a don Bosco de arriba abajo y después, llamando a la criada, dijo: -Magdalena, es la hora del paseo. ((**It14.34**)) -Perdone, señor Conde, rogóle el doctor, dígale que vuelva dentro de un rato. Está aquí don Bosco, que quiere darle la bendición. El Conde muy serio, se sentó en la cama. Don Bosco le entregó una medalla de María Auxiliadora, que el Conde agradeció, y lo bendijo. Desde aquel punto, cesó la habitual excitación nerviosa y se quedó en perfecta calma. Al atardecer envió el coche a casa del conde Buttigny para que le trajeran a don Bosco y se entretuvo con él en larga conversación. El Siervo de Dios le exhortó a que confiara en María Auxiliadora, le prescribió unas oraciones y le dijo que lo esperaba perfectamente curado en Turín para la fiesta de María Santísima Auxiliadora en el mes de mayo. El Conde anticipó en un mes. el viaje. No le quedaba ni rastro del mal. La visita a La Navarre y a Saint-Cyr le dio ocasión de conocer bien las condiciones morales y materiales de los dos centros. En La Navarre encontró unas tierras fértiles, no así en Saint-Cyr. Aquí, sin embargo, había buenas fuentes de ingresos con los primeros frutos del campo y con la venta de madreselva siempre verde para hacer coronas, buscadísimas en Francia para carrozas fúnebres y sepulturas. Quedaba por estudiar si era preferible arrendar las tierras, cultivarlas con jornaleros o explotarlas directamente, organizando en ellas dos escuelas agrícolas. Las instituciones de este tipo gozaban del aplauso universal, de modo que les ayudarían personas de toda clase. En cuanto a la marcha interna, encontró una herencia poco deseable. En La Navarre supo cosas, que le horrorizaron, con respecto a la moralidad de los antiguos dueños; ahora se buscaba por todos los medios posibles hacer olvidar aquellas malas acciones. Había ya unos cincuenta muchachos, diez de los cuales manifestaban clara vocación al estado eclesiástico. En Saint-Cyr, por el contrario, halló una verdadera Babel. Los internados que serían unos cuarenta, oscilaban entre tres y treinta años de edad; las llamadas monjas, de las que hemos hablado en el volumen anterior, asistían en los dormitorios, en los talleres trabajaban juntos muchachos y muchachas ((**It14.35**)) las más de las veces sin asistencia. Urgía, pues, apresurar el contrato con la sociedad Beaujour para poder entrar en posesión de aquello y hacerse cargo de(**Es14.38**))
<Anterior: 14. 37><Siguiente: 14. 39>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com