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((**Es14.37**) desiertas, cuando toparon con un señor, al que preguntaron si sabía decirles dónde se encontraba la casa de un tal Buttigny, que poseía una casa de campo cerca de La Navarre. Aquel señor llamó a un muchacho, le dio indicaciones precisas, y el rapaz los acompañó al lugar indicado. Mientras tanto, el Conde estaba sobre ascuas. Su cochero, que había ido a esperar a don Bosco a la estación de La Crau, en lugar de ir a esperar a la de HyŠres, había vuelto con la noticia de ((**It14.33**)) que don Bosco no había llegado. Pero su amo, que, vestido de etiqueta, tenía prisa por ir a una reunión, decía que era imposible que no hubiera llegado don Bosco, pues él había recibido no uno, sino dos telegramas. Y descargaba una tormenta de reproches sobre el infortunado cochero. En aquel instante llegaban don Bosco y su compañero. -Ya estoy aquí, dijo don Bosco soltando la maleta y mirándole con aire cansado y su acostumbrada sonrisa. Iban cubiertos de cazcarrias hasta la cintura. De la estación a casa habían empleado más de una hora. El Conde prorrumpió en expresiones de gran alegría; pero, al verle en aquel estado, ordenó a los criados que les limpiaran las sotanas. -Señor Conde, interrumpió don Bosco, déjelo, hoy no hemos probado bocado; dénos, por favor, algo de comer. En tanto ya chisporroteaba un gran fuego bajo la campana de la chimenea. En un instante estuvo preparada la mesa. No es para dicha la cuenta que dieron de los platos. Fueron, por fin, a descansar, y entregaron sus ropas a los criados, que, después de ponerlas a secar, tuvieron que trabajar de lo lindo, la mañana siguiente, para dejarlas en buen estado. A eso de las once, se presentó en la casa el doctor D'Espiney, médico de HyŠres, que iba a buscar a don Bosco para acompañarle a visitar al conde de Villeneuve. Fue con ellos don José Ronchail. El conde de Villeneuve había caído de un caballo y al darse con la cabeza contra un árbol, sufrió graves lesiones en el cerebro, que hacían temer por el estado de sus facultades mentales. Para colmo de desdichas, la muerte le había arrebatado a su amada esposa, de modo que estuvo en peligro de perder el juicio. No estaba frenético, pero sí tan irascible que los médicos habían determinado internarlo aquella semana en una casa de salud. Pero el doctor D'Espiney, a fuer de caballero cristiano, chapado a la antigua y de recia fe, sugirió acudir antes a los remedios celestiales. Don Bosco encontró al enfermo fumando.(**Es14.37**))
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