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((**Es14.371**) Llegaron a Niza el 24 por la noche. Probablemente don Bosco pasó un par de días en casa del conde de Villeneuve, que tenía su finca allí cerca. Apreciaba mucho a don Bosco y debía sentirse muy feliz al darle hospitalidad. Así pudo descansar un poquito el Beato, que sentía extrema necesidad de ello. En Niza hubo poco más o menos la segunda edición de lo de Marsella; la misma avalancha diaria de visitantes, la misma heroica paciencia del Beato, la misma repetición de hechos extraordinarios, aunque escasean noticias seguras de éstos. Allí se añadió la correspondencia epistolar; entre el 24 de febrero y el 6 de marzo le llegaron por correo más de ochocientas cartas de muchos lugares de Francia. También en el Patronato de San Pedro, como en el Oratorio de San León, antes de su llegada, los apuros económicos eran cada vez más angustiosos: gastos para la adquisición de inmuebles indispensables, gastos diarios para más de cien bocas, gastos para suministro de los talleres. Además, hacíase cada día más urgente la necesidad de ensanchar los locales, pues llovían peticiones para la aceptación de muchachos necesitados; ((**It14.432**)) hacía falta, además, construir una capilla más amplia y más decorosa y era necesario un salón de estudio, que sustituyera el existente, bajo, estrecho y mal orientado. Para todas estas exigencias de la casa, se requería todo un capital, y los recursos ordinarios no bastaban para disminuir el peso creciente de las deudas ya contraídas. Pero tampoco en Niza dejó la Providencia de asistir visiblemente a su Siervo, como estímulo de la caridad de muchos; el efecto fue tangible, pero las causas, como hemos dicho, nos son poco conocidas. Sólo sabemos con certeza un hecho. Cierto señor, G., de cincuenta y seis años, empleado del Gobierno, fue a confesarse con don Bosco. Terminada la acusación, dijo el Beato al penitente: -Piense un poco si no se ha olvidado confesar tal pecado... Y se lo recordó con todas sus circunstancias, incluso la edad de dieciocho años, en que lo había cometido. Aquel señor, aturdido, tan pronto como acabó, corrió al despacho del Director, don José Ronchail, para contarle lo ocurrido, declarando que efectivamente lo había olvidado y que le bastaba aquella prueba para convencerse de que don Bosco era un santo. La generosidad de los ciudadanos se manifestó tanto en privado como en público. Al banquete, que se dio en su honor, asistieron dieciséis invitados, que disfrutaban sobre todo con su presencia y con su edificante y amena conversación. Hacia el final, cuando la conversación se animó más, un óptimo y acaudalado comensal se levantó y apostrofó a los demás con estas palabras: (**Es14.371**))
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