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((**Es14.354**) Después de esta cartita, parece que en Marsella no volvió a tomar la pluma para escribir; fue cosa de milagro que no sucumbiera ante el duro e interminable trabajo de recibir a todos los que se agolpaban a la puerta de su despacho. Tenemos que contar ahora algunos hechos que nos explican el porqué de tan extraordinaria concurrencia. Son nuestras fuentes los procesos diocesanos y apostólicos, la correspondencia privada y narraciones orales de testigos, recogidas por Lemoyne. El 30 de enero fue don Bosco a celebrar la misa en la capilla de las Hermanas de la Visitación. Yacía allí gravemente enferma la señorita Périer, recibida en el monasterio, por ser antigua alumna del instituto y sobrina de una superiora. Atacada de cáncer y desahuciada por los médicos, esperaba sin remedio el fin de su vida. Como el Beato tenía facultad ((**It14.411**)) para entrar en la clausura, fue a la enfermería, donde encontró a varias enfermas, a cada una de las cuales dirigió palabras de consuelo; al llegar a la señorita Périer, le dijo: ->>Y usted, no pide permiso para levantarse? Ea, levántese. ->>Pero no sabe usted, le observó en voz baja la Superiora, que está enferma de cáncer? Es incurable. -Levántese al mediodía, siguió diciendo don Bosco, y vaya a comer con las demás. La bendijo y salió. Acababa él de salir de la habitación, cuando la enferma empezó a decir: -Yo no tengo nada. Estoy curada, quiero levantarme, dadme los vestidos. En efecto, la úlcera maligna había desaparecido. Después ocurrió una aventura curiosa. Don Bosco había dicho a la Superiora que pidiera al médico certificara por escrito la naturaleza milagrosa de la curación. El médico, buen cristiano, se escandalizó ante tal petición; por lo que quiso ver a don Bosco y pedirle una explicación. Mientras aguardaba en la antesala, decía al Director don José Bologna: ->>Es que entre las virtudes de don Bosco no está la humildad? >>No parece vanagloria lo que pide? >>Querrá acaso aprovecharse de esta curación para su propio interés? Se esforzaba don José Bologna por explicarle lo sucedido por su otra cara, pero era igual que si hablara a la pared. Llegó al fin su turno para entrar; qué pasó entre él y don Bosco nadie lo supo jamás; lo cierto es que, después de una hora, el Director abrió y empujó ligeramente la puerta para advertir la impaciencia de los que esperaban y vio al médico de rodillas llorando y con las manos juntas en actitud (**Es14.354**))
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