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((**Es13.95**) Tampoco dejó de explicarles el método que él seguía en el Oratorio para el gobierno de los alumnos. Los superiores le preguntaban cómo hacía para captarse, tan pronto y adonde quiera que fuese, la benevolencia y simpatía de los muchachos y por qué éstos no podían resistir una simple mirada suya, sin quedar al punto cautivados como por una fuerza misteriosa. El les explicaba un poco del sistema preventivo y de la amabilidad, con la que se guiaban y corregían los muchachos en los colegios salesianos; mostraba también los efectos que se derivaban del método opuesto, según el cual los superiores estaban siempre alejados de los muchachos, habitualmente serios e incluso ceñudos para mantener su propia autoridad 1. Por aquel entonces aún no había escrito las áureas páginas del sistema preventivo, pero debía estar ya rumiando el contenido, o las observaciones que hizo allí le sugirieron la idea de escribirlas, como dentro de poco veremos. La noticia de su presencia en Marsella se difundió también por fuera. Los alumnos internos de los Hermanos, con la locuacidad de los colegiales cuando hablan con sus padres, contribuyeron ciertamente a divulgarla, si es que no fueron ellos mismos los principales divulgadores. Así sucedió que un armador del puerto, hombre rico y religioso, corrió a hablar con el párroco de la catedral provisional y le dijo: -íTenemos un santo en Marsella y no lo conocemos! ((**It13.102**)) Fueron los dos juntos a hablar con él y quedaron cautivados; tanto el señor Bergasse como monseñor Payán se hicieron amigos y bienhechores suyos; y sobre todo el nombre del primero todavía se pronuncia con fervor por los salesianos del Oratorio de San León. Los periódicos, a su vez, no cejaron de hablar, con lo que se produjo un ir y venir incesante de visitantes. Pero él no dio audiencia a todos los que la pedían, porque un vómito de sangre le obligó a descansar, acostándose pronto y levantándose tarde. Quizá por esto abandonó la idea de ir a otras ciudades. Entre las muchas propuestas recibidas para abrir casas, habían llegado nueve de la misma Marsella; pero, impedido como se encontraba por su estado de salud para ocuparse de ello por sí mismo, rogó al Obispo que fuera él quien lo viera y escogiera. Monseñor asintió muy gustoso, prometió resolver las eventuales dificultades y llevar después personalmente a Turín los resultados de sus gestiones, pues tenía gran deseo de visitar el Oratorio. Los aires y los cambios imprevistos de temperatura proporcionaban siempre al Beato algún trastorno en los viajes por el litoral. 1 Crónica de don Julio Barberis, 6 de abril de 1877.(**Es13.95**))
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