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((**Es13.85**) va uno de nosotros, todos están ojo avizor para ver el modelo que don Bosco envía. En todos los lugares a donde he ido, en Alassio, en Magliano, y en otros sitios, todos ardían en deseos de ver un salesiano, y cuando éste llegó ante ellos, decían en seguida: -íEs un santo! Incluso los que fueron despachados del Oratorio por mala conducta, por motivos graves, al presentarse en algún pueblo y enterarse la gente de dónde venían, aun expulsados como individuos de escaso talento, obtenían en seguida empleos, asistencias en los colegios, cátedras en las escuelas, y la plena confianza de todos. Basta que digan: <<-Vengo del Oratorio>>; ya no se les pide certificado de buena conducta. Ojalá tengan mucha suerte estos tales y se porten mejor que se portaron en el pasado. Yo os digo esto únicamente para haceros ver el gran aprecio en que nos tienen. Pero, decidme: >>qué sucedería si no correspondiésemos a la gran reputación en que la gente nos tiene? Es preciso, por tanto, que nos esmeremos hasta donde podamos, para no decepcionar la general expectación y cumplir nuestro deber, sea el estudio, sea la piedad, con una conducta intachable. El Señor cuidará de lo demás. Don Juan Cagliero nos escribe desde América que los misioneros de la última expedición han llegado allí felizmente y que todos tienen ya sus ocupaciones. Recomiendo a los que partirán que honren el nombre salesiano. En América bastará no desdecir de la fama que nos precede y las cosas marchará bien y por sí solas. Procuremos, pues, ser cual nos estiman, ya que no todos nosotros somos santos. En cuanto a los exámenes os diré, que veremos si habéis estudiado. Pero no todos los que han estudiado mucho pueden alcanzar las mejores calificaciones porque puede haber falta de capacidad o de estudios anteriores; pero cuando ((**It13.91**)) uno ha tenido tan buena conducta como para merecer sobresaliente, con la ayuda del Señor y con lo que pudo estudiar, sin duda saldrá bien de la prueba con calificaciones suficientes. Por lo demás espero que los exámenes resultarán bien. Y ahora, para deciros algo más, os recomiendo que os abstengáis e impidáis las murmuraciones; esto es, que os mostréis siempre conformes con todo, tal y como está dispuesto. Esto favorece mucho la alegría, porque si uno tiene motivos de disgusto y no los comunica a otros, queda tranquilo, el malhumor se disipa por sí mismo y no se da ocasión a mal alguno; por el contrario, si los manifiesta, los otros los comparten, y las cosas, de las que antes no hacían caso, resultan desagradables. No hablo de las malas conversaciones, de las que dice san Pablo: Nec nominentur in vobis (Ni se miente entre vosotros). De esto no debo ni siquiera sospechar y por consiguiente no se ha de hablar entre nosotros de este tema. Me refiero a las palabras de censura, con las que se juzgan las disposiciones y mandatos de los superiores y las cosas que se hacen en casa. Me escribía ayer un salesiano: -Me basta que los Superiores hayan dispuesto algo para que me agrade y no vaya a buscar el porqué. Así me gustaría que pudierais hablar todos. La murmuración crea el respeto humano. Muchas veces se haría algo bueno entre los compañeros, pero se piensa en lo que dirán los otros y en que no lo interpretarán bien; y por temor de una palabra, de un acto de desaprobación aquello no se hace. Ahí tenéis un mal grandísimo producido por la murmuración. Y por desgracia tales palabras se dicen. Es una falta que hace mucho daño a las congregaciones religiosas, como precisamente en estos días me escribía una persona. >>A qué vienen tantas cuestiones cuando se trata de obedecer? >>Dio una orden el Superior? Pues bien, cúmplase. >>Pero, por qué la ha dado? >>Por qué, por qué? >>Y por qué vais a buscar el porqué? Cumplamos nosotros nuestro deber y el Superior cumpla(**Es13.85**))
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