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((**Es13.693**) Dios hará lo demás. Hablaremos cuanto antes en Lanzo: después podremos abrirnos sinceramente el corazón. Dios te bendiga y ruega por mí, que siempre seré tuyo en J. C. Turín, 19 de julio de 1878. Afmo. amigo. JUAN Bosco, Pbro. El buen Padre había prometido ir a verlos. Y le esperaban como al Mesías. Después de casi veinte días de espera, llególes la noticia de que estaría con ellos para la fiesta de santa Ana. Llegó la víspera, al atardecer. íCon qué entusiasmo le recibieron! Y no solamente los clérigos, sino que acudieron también a recibirle los sacerdotes del pueblo, los párrocos más próximos y algunas autoridades civiles. Por suerte, una suave lluvia refrescó el ambiente, lo cual <>, dice la Crónica. El calor sofocante de Turín le había abatido enormemente, al extremo de que de noche no cerraba el ojo y de día los esfuerzos para trabajar le extenuaban; por lo que se temía que tuviese ((**It13.818**)) que guardar cama. También contribuía a su postración el no salir nunca de casa; a quien le hablaba de alejarse por algún tiempo, le respondía que debía resolver asuntos que no aguardaban dilación. El descanso de Santa Ana y el fresco que allí encontró le hicieron revivir. Al día siguiente, confesó a los novicios y visitó la quinta, la casa de los colonos y la finca. El Arcipreste cantó la misa. Después de la comida, tomando el café bajo la pérgola con algunos párrocos, el juez de paz, el notario y otras personas, sostuvo una viva y amenísima conversación. Durante largo tiempo se habló mucho en Caselle de las maneras familiares y agradables con que sabía entretener a cualquiera con quien se encontrase. A partir del domingo del Rosario, fueron repitiéndose una tras otra las imposiciones de la sotana clerical. Así, el domingo de la Maternidad de María Santísima, tomaron el hábito don Juan Mellano y el marqués Silvestre Burlamacchi, de Lucca. Los padres de este último asistieron a la función, en la que don Bosco pronunció un discurso de ocasión. Al domingo siguiente, fiesta de la Pureza de María, les tocó a los dos hermanos Carlos y Pedro, hijos de los condes Radicati: bendijo las sotanas don Miguel Rúa. Por aquellos años, fueron más frecuentes de lo que pueda creerse los casos de jóvenes de la nobleza, que quisieron vivir la vida pobre del Oratorio, inscribiéndose en la Congregación. Varios de ellos murieron en la flor de la edad y hoy apenas recuerdan (**Es13.693**))
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