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((**Es13.678**) Jesucristo, habría deseado entreteneros con el desasimiento de nosotros mismos de las cosas de esta tierra, puesto que la presente solemnidad nos presenta el tema. Jesucristo sube al cielo y nos dice: Vado parare vobis regnum (Voy a prepararos el reino). Si tenemos un reino preparado en el cielo, deberemos tener por muy despreciables las cosas de esta tierra. Qué satisfacción para cada uno de nosotros poder decir: -íYo ya cuento con mi puesto reservado en el paraíso! Si todos los cristianos pueden hablar así, ícuánto más nosotros, los religiosos, que, de un modo especialísimo, nos hemos consagrado o estamos para consagrarnos a su divino servicio! Sí, alegrémonos. Tú tendrás, hijo mío, el reino eterno que deseas; pero sé valiente: aparta tu corazón de las cosas de esta tierra y vuélvelo al cielo. Ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia. Nuestro corazón no esté en las cosas creadas, no se manche en las bajezas de esta tierra, sino que esté fijo en el cielo. Tema precioso, como os decía, para tratar en la festividad de hoy; pero, como es demasiado amplio, quiero descender a algo más sencillo, más fácil y, digámoslo, más práctico. Una vez emitidos los votos, conviene que exponga algo práctico que facilite la observancia de los mismos. Este tema sirve para todos, para los que ya hicieron los primeros votos y para los que los acaban de emitir esta tarde, y sirve como de preparación para los que desean emitirlos más adelante. Tomaremos por maestro al gran Santo, cuya fiesta celebraremos dentro de pocos días, a san Felipe Neri. Habiéndole preguntado cuál era para un religioso la virtud principal, con la que estuvieran enlazadas todas las demás, respondió: -Conservar la castidad. Conservada ésta, tendrá por compañeras todas las demás; perdida ésta, desaparecerán también las otras. Con esta virtud, el religioso alcanza su fin de estar totalmente consagrado a Dios. Pero >>cómo conservar la castidad? San Felipe acostumbraba sugerir cinco medios: tres negativos y dos positivos. Son los mismos que, esta tarde, voy a desarrollaros brevemente. 1.° En primer lugar, decía san Felipe: -íHuid de las malas ((**It13.800**)) compañías! ->>Pero cómo? >>En el Oratorio tendré yo que aconsejaros la huida de las malas compañías? >>Acaso hay entre nosotros malos compañeros? No quiero ni imaginarlo. Pero, mirad. Se llama mal compañero al que, de cualquier manera, puede ocasionar la ofensa de Dios. Sucede muchas veces que, hasta los que no son malos en el fondo de su corazón, se convierten, por otro lado, en peligro de la ofensa de Dios: y, por esto, hay que decir que un compañero es peligroso para otro. Se ven, a menudo, ciertas amistades particulares, ciertas inclinaciones hijas de la simpatía, que, si no son malas, es decir, si no sucede nada gravemente pecaminoso, y uno de los dos no es malo, resulta al menos relajado= no se quiere abandonar esta inclinación; pero se advierte que en ellos empieza a enfriarse la piedad, disminuye la devoción, la frecuencia de los sacramentos, el celo en el cumplimiento de los propios deberes; aumenta la negligencia en la observancia de ciertas reglas, la mayor libertad en la conversación; y poco a poco se ve que un compañero bueno, que ha amistado mucho con otro, encuentra en ello un obstáculo; y puede decirse que, aun siendo buenos los dos, el uno se convierte en obstáculo para el otro. Si los superiores no pusieran algún remedio, ambos se perderían. Estas amistades particulares o inclinaciones de simpatía producen daño, aunque no fuera más que porque van contra la obediencia: por esto, no se puede decir que sean buenas. La desobediencia, además, priva de la gracia especial de Dios y he aquí el motivo por el que resultan perjudiciales. Alguno dirá para excusarse: -íEn nuestra casa, no hay compañeros malos! (**Es13.678**))
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