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((**Es13.65**) activa a la par, que nosotros podríamos definir ahora como un reflejo de la misma espiritualidad de don Bosco. Los demás miraban a semejantes modelos, que sobresalían entre los compañeros, con respetuosa y deferente admiración, porque ellos no se elevaban por encima de la ordinaria regularidad y se sentían impulsados al bien con su ejemplo. El alma de esta formación y de esta vida era lo que solíase llamar espíritu de piedad, es decir: gran frecuencia de los Sacramentos, amor a la oración, celo por el culto divino, ansia de la palabra de Dios y de las buenas lecturas. Así, pues, los capitulares y los directores se preocuparon por la necesidad de alimentar este espíritu en las diversas comunidades y especialmente en el corazón de los socios jóvenes, vigilando por descubrir a tiempo y desterrar con prontitud las causas que pudieran entibiarlo. El segundo tema se refería a los Hijos de María. No hemos hablado de esta obra en el volumen anterior, porque en el undécimo nos adelantamos hasta más allá del año 1875, diciendo también lo referente al año siguiente. Después de lo que allí se contó, la providencial institución, centralizada en el hospicio de Sampierdarena, se aproximaba al período de su plena lozanía. A medida que se difundía la noticia de su existencia y actuación, llovían peticiones de todas partes, hasta cuando el curso escolar estaba ya bastante adelantado. Su director, don Pablo Albera, ((**It13.66**)) hubiera querido, para no entorpecer las clases, que después de las primeras semanas se suspendiesen las aceptaciones hasta el fin del curso, pero, persuadido de la importancia que don Bosco daba a los progresos de la obra, deseaba no ir contra sus intenciones. Y las intenciones de don Bosco eran en este punto muy distintas: él quería que se aceptasen todos los que pedían y reunían las condiciones necesarias, sin atender al tiempo de su ingreso. -Demasiado grandes, decía, son los resultados que se esperan de la obra, como para permitirse peligrosas demoras en la aceptación. Sabido esto, la asamblea determinó que se añadiera en el programa un artículo para los que llegaban con retraso, en el que se dijera que éstos entraban en la casa dispuestos a ocuparse en trabajos manuales, hasta que, mediante algunas lecciones preparatorias, hubiese un cierto número de alumnos en condiciones de organizar una nueva clase, a la que entonces se daría un maestro regular. Por último don Miguel Rúa comunicó a los presentes un deseo de don Bosco, que debía ser un mandato para todos ellos. Deseaba el Siervo de Dios que se hiciera cada año en todos los colegios, al comenzar el curso, un triduo de predicación para disponer a los alumnos a empezarlo bien. Así se les proporcionaría la manera de volver a organizar(**Es13.65**))
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