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((**Es13.534**) vez leído el mismo párrafo de la vida de san Francisco, que se leyó en Roma, cantaron un devoto motete los alumnos. Don Bosco subió al púlpito y describió la historia de los Cooperadores en el mismo lugar de su origen y de su primera actuación. Muchos de los que, ((**It13.624**)) desde el principio, habían prestado, sacrificándose a sí mismos, su ayuda al <> recién llegado sin medios, estaban presentes y confirmaban su narración y se complacían al oír los progresos que realizaba la obra allí empezada por ellos. Es muy útil para la historia que este documento no se pierda; los lectores con prisas vayan a la conclusión del capítulo. Don Bosco habla precisamente ex abundatia cordis (con toda su alma). Beneméritos cooperadores y cooperadoras, no sé si debo, ante todo, daros las gracias, o invitaros a que las deis, juntamente conmigo, al Señor, por habernos unido en un grupo organizado, dispuesto a hacer mucho bien, y habernos juntado esta tarde aquí, para la primera conferencia que celebran los Cooperadores Salesianos en Turín. Pero, antes de exponeros lo que deseo, quiero relataros un poco de historia, que nos dará a conocer lo que ya han hecho, aquí en Turín, los Cooperadores Salesianos, antes de que llevaran este nombre, y cuál es su función en estos tiempos. Oídme. Hace treinta y cinco años que el espacio ocupado hoy por esta iglesia era un lugar de reunión de muchos jóvenes traviesos, que venían aquí para alborotar, reñir y blasfemar. Había al lado dos casas en las que se ofendía mucho al Señor: una, la taberna a la que venían los borrachos y toda clase de mala gente. La otra, colocada aquí mismo donde está el púlpito y que se extendía a mi izquierda, era una casa de libertinaje e inmoralidad. El año 1846 llegaba aquí un pobre sacerdote y alquilaba a muy alto precio dos habitaciones de esta segunda casa. Aquel sacerdote venía acompañado de su madre. Pretendía ver la manera de hacer algún bien a la pobre gente del vecindario. Todo su patrimonio se encerraba en la cesta que llevaba su madre al brazo. Pues bien, ese sacerdote vio a los muchachos que se reunían para hacer de las suyas, pudo acercarse a ellos, y quiso el Señor que oyeran y comprendieran su palabra. Se hizo necesaria una capilla para el culto divino. Y, partiendo del lado de la epístola de este altar mayor y alargándose hacia la derecha de quien lo mira, había un cobertizo que servía de almacén. Se pudo comprar y se arregló para iglesia, ya que no había otro local. Aquellos muchachos traviesos se dejaron captar poco a poco y vinieron a la iglesia; su número creció de tal modo que, al poco tiempo, no solamente llenaban la iglesia hasta los topes, sino hasta la misma plazuela, que ocupaba el espacio en que ahora me escucháis vosotros, y aquí se les enseñaba el catecismo. Mas aquel sacerdote estaba solo. Ciertamente le ayudaba el celosísimo teólogo Borel, que tanto bien hizo en Turín; pero estaba muy ocupado en la atención de los condenados a muerte en las cárceles, en las obras del Cottolengo, ((**It13.625**)) de la marquesa Barolo y otras, y no podía atender a los muchachos más que un poco, ya que su vida estaba en otra parte. Pero el Señor proveyó de cuanto faltaba. Poquito a poco, varios beneméritos eclesiásticos se unieron al pobre sacerdote y prestaban su ayuda, uno confesando, otro predicando, otro enseñando el catecismo. El Oratorio estaba atendido por estos eclesiásticos. Pero no bastaban: aumentó la necesidad con las escuelas nocturnas y dominicales, y unos cuantos sacerdotes no eran (**Es13.534**))
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