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((**Es13.513**) ni siquiera sabía que existieran los hermanos Buzzetti; que no les debía absolutamente nada. Los hermanos Buzzetti recurrieron a los tribunales. Llevaban su contabilidad con el valioso libro de cuentas corrientes; el teólogo Maffei se prestaba a ser testigo, y no faltaban pruebas. Sin embargo, quedaba alguna dificultad por resolver, apta para crear complicaciones. Chiuso fue citado ante el tribunal de comercio. En la audiencia, empezó a leer un escrito con la defensa que le había preparado el abogado. Pero el presidente, cortando la lectura, le invitó a responder sencillamente con sí o un no a sus preguntas. ->>Hubo algún contrato entre Gastaldi y los Buzzetti?... ->>Conocéis a los hermanos Buzzetti?... ->>A cuánto asciende la deuda de Gastaldi con dichos hermanos?... Esta decisión obligó a Chiuso a responder, sobre todo porque del tribunal de comercio se podía pasar al tribunal de lo criminal. Llegóse entonces a un arreglo. Chiuso pagó la cantidad convenida y entregó los recibos parciales. Pero volvamos a un ambiente más sereno. La tan retardada función de la colocación de la piedra angular se celebró la víspera de la Asunción. En la invitación para asistir, el Siervo de Dios la anunció con <>. El señor Arzobispo prestó al sagrado rito toda la solemnidad del Pontifical Romano. Asistió como mayordomo el barón José Ceriana, banquero, que echó la primera paletada sobre la piedra bendecida. Dicha piedra se colocó ((**It13.599**)) según lo prescrito, en el lugar del presbiterio de la futura iglesia y precisamente junto a la columna más próxima al altar mayor, por el lado del evangelio, en el zócalo apoyado sobre el pavimento del edificio. Bastantes sacerdotes, muchos ilustres señores y señoras, un grupo notable de cooperadores y cooperadoras quisieron dar brillo a la ceremonia con su presencia. Antes de que empezase el acto litúrgico, el Beato don Bosco leyó el acta ya preparada, y después dirigió a los presentes un breve discurso que había escrito, para unirlo al acta. Habló así: Excelencia Reverendísima, respetables señores: En este solemne momento, debo cumplir con un acto de vivo reconocimiento que invade mi corazón, hacia Vos y hacia todos los que, con sus oraciones, con sus medios materiales y morales, han colaborado en favor de este Monumento de reconocimiento y amor al gran Pío IX. No pudiendo, como desearía, pagar a cada uno, según su merecimiento, prometo que para Vos, aquí presente, y para todos los que concurrieron o concurrirán al éxito de este edificio, y, sobre todo, para los cooperadores salesianos, se harán diariamente oraciones a Dios en la iglesia de María Auxiliadora, y dentro de (**Es13.513**))
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