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((**Es13.369**) el pensamiento de la presencia de Dios, presentándolo como medio az para pasar las vacaciones sin caer en el pecado. Y, ahora, guardad un rato de silencio, porque quiero deciros una cosa. Lo que yo quería haceros saber es que en medio de estos grandes calores, más sofocantes que los del mes de enero, por la gracia de Dios nuestro Señor, s sotros estamos sanos y no nos faltan las ganas de comer. Otros años, a fines de junio, algunos sentían que iban perdiendo el apetito. Este año todavía no se ha quejado el panadero de que haya disminuido la cantidad de pan que se consume. Esto debe alegrarnos, y hemos de dar gracias al Señor por ello, de todo corazón. Pasemos a otra cosa. Se aproximan las vacaciones, para los estudiantes y para los aprendices, unos para descansar la cabeza y otros para descansar las espaldas y los brazos. Yo tendría que dar, a unos y a otros, algún buen consejo para pasarlas bien; pero hay consejos generales que pueden servir para todos. El consejo, pues, que suelo dar es éste: cuando estéis de vacaciones, aprovechad la libertad; obrad mal, pero intentad esconderos en un sitio donde el Señor no os vea: encerraos en una habitación escondida de la casa, bajad a la bodega, subid incluso al campanario, o escondeos en lo más espeso del bosque, con tal de que no esté presente el Señor. Pero no creo que haya ninguno tan necio. Vosotros comprendéis en seguida que es imposible esconderos a los ojos de Aquel que ve al mismo tiempo todo en el cielo y en la tierra. Este pensamiento nos debe ((**It13.428**)) acompañar siempre en todo lugar, en toda >>Y cómo os atreveríais a cometer un acto que pueda ofender al Señor, si El tiene el poder de dejaros seca la mano en el instante en que os preparáis para cometerlo, o entorpecer vuestra lengua, mientras pronunciáis aquella mala palabra? Así, pues, cuando os encontréis en casa, entre vuestros amigos y compañeros, si alguno os aconsejara no acudir a la iglesia, ir a algún lugar peligroso, o hacer una acción mala, responded como hizo una vez José, cuando en Egipto querían hacerle cometer un pecado: ->>Y cómo puedo ofender en su presencia a mi Señor? Y nosotros, cristianos, debemos decir más todavía: >>cómo podemos ofender en su presencia a nuestro Dios, a Dios todopoderoso que nos ha creado, a Dios misericordioso que nos ha redimido, a Dios infinitamente bueno que nos colma a cada instante de sus beneficios, a Dios justo que podría con un solo acto de su voluntad quitarnos esta nuestra mísera existencia? >>Y no podría ser que nosotros, que vamos a ir ahora a dormir, no nos levantáramos todos del lecho, mañana por la mañana? >>Que alguno de nosotros fuese encontrado muerto? Si mañana por la mañana se esparciese la voz: -Esta mañana ha muerto uno. ->>Quién? -íDon Bosco! -íOh pobrecito! íAyer estaba alegre, nos hablaba y ahora ya ha pasado a la eternidad! Lo que podría sucederme a mí le puede suceder a cualquiera de vosotros. Muchos murieron comiendo, estudiando, paseando, divirtiéndose. Por ejemplo, ce dos o tres días en Lanzo, un sacerdote, el reverendo Oggero, había predicado su sermón y se paseaba alegre por el jardín con su párroco, que le felicitaba por haber dejado satisfechos a los oyentes, y haberse granjeado un gran honor, cuando he aquí que, de pronto, siente que no está a su lado. Se vuelve, mira, y lo ve tendido en el suelo. Lo llama, le toma de la mano: (**Es13.369**))
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