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((**Es13.356**) me, y las recéis en todo peligro, en toda tentación, en toda necesidad y siempre; y que pidáis también a María Auxiliadora la gracia de poder invocarla. Y yo os prometo que el demonio fracasará. >>Sabéis qué quiere decir que el demonio fracasará? Quiere decir que no tendrá ningún poder sobre vosotros, no logrará nunca haceros cometer un pecado, y tendrá que batirse en retirada. Mientras tanto, en el santo sacrificio y en los otros ejercicios piadosos, yo os recomendaré a todos al Señor para que os ayude, os bendiga, os proteja y os conceda sus gracias por medio de María Santísima. Buenas noches. Durante el triduo un día desaparecieron los innumerables corazones de plata, que ornamentaban la pared en derredor del cuadro de la Virgen, que todavía no tenía ningún otro adorno, ((**It13.412**)) pero la víspera se supo el porqué. Al entrar en la iglesia, los jóvenes vieron la gran imagen rodeada de una anchísima franja de terciopelo carmesí, sobre cuyo fondo brillaban hermosamente colocados aquellos corazones, que testimoniaban, todos juntos, a la Virgen la gratitud de tantos y tantos fieles por las gracias recibidas de Ella. La limpieza de los corazones de plata y su destino sugirieron a don Bosco el tema de una charla, de la que sólo tenemos el recuerdo, pero no el texto. -Ahí tenéis, dijo en sustancia, lo que hemos de hacer nosotros en la fiesta de María Auxiliadora: limpiar nuestros corazones con una buena confesión, y ofrecérselos; más aún, pegarlos a María Santísima, para que estén siempre cerca de Jesús, y obtener esto con frecuentes y fervorosas comuniones 1. Como preludio a las gracias que la Santísima Virgen iba a conceder el día de la fiesta, sucedió la prodigiosa curación de la víspera, que el conde Cays presenció y que decidió su vocación. La madre había llevado primero a la hija a la sacristía, donde estaba don José Vespignani sentado a la mesa para registrar las gracias y repartir medallas. La pobre mujer le pidió ver a don Bosco, para rogarle bendijese a su hija. El, compadecido, le dijo que recostara a la enferma en el sillón, donde el Siervo de Dios confesaba; después, cuando llegó la hora de las audiencias, hizo que la acompañaran hasta él. Lo que después sucedió ya es conocido. Aquel día, preparado con nueve elocuentes sermones del padre Domingo Pampirio, de la orden de predicadores y futuro arzobispo de Vercelli, se vieron manifestaciones de piedad como sólo se contemplan en los principales santuarios. Se celebraron en la iglesia sesenta y siete misas, y se repartieron unas cinco mil comuniones. Con el beneplácito del Arzobispo, pontificó monseñor Domingo Agostini, 1 VESPIGNANI, I. c., pág. 76. (**Es13.356**))
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