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((**Es13.273**) El asunto de los Conceptinos, que tantas molestias proporcionó a don Bosco, fracasó, como sabemos, aunque no ciertamente por su culpa: los avisados lectores lo habrán comprendido, pero el Papa no se enteró de las ocultas maniobras. En cuanto al abarcar demasiadas cosas a la vez, ciertamente, podía impresionar la gran actividad emprendedora de don Bosco mirada desde lejos; pero también es verdad que él no emprendía nada sin los consejos de una cauta prudencia; y, por otra parte, si se prescinde del asunto de los Conceptinos, que fracasó, mas no por deficiencia suya, no falló ninguna de las empresas por él acometidas en aquel tiempo. <> había penetrado por desgracia en el ánimo del Papa; pero la continuación de nuestra historia arrojará luz sobre las influencias que actuaron entonces en perjuicio del Siervo de Dios. Aquí nos limitaremos a narrar un hecho. En la segunda mitad del año 1877 Pío IX había escrito tres cartas a don Bosco, el cual le había contestado en seguida; pero las respuestas no llegaron nunca al Papa, porque eran interceptadas por personas residentes en el Vaticano. Se extrañó el Padre Santo de buenas a primeras del supuesto silencio de don Bosco; después pensó que su enorme trabajo era la causa de que descuidase también altos deberes; por último se lamentaba diciendo: ->>Qué le he hecho yo a don Bosco, para que ni siquiera se digne contestarme? >>No he hecho por él cuanto he podido? También desahogó una vez su disgusto con el cardenal Bilio, exclamando: ->>Qué mal le he hecho yo a don Bosco para que no me conteste? El Cardenal no hallaba palabras para disculpar al Siervo de Dios de la manera que le sugería su afecto; y cuando don Juan Cagliero fue a Roma ((**It13.313**)) con los misioneros, le explicó claramente también todo lo que en su carta a don Bosco había mencionado veladamente. Don Juan Cagliero, que sabía perfectamente que don Bosco había respondido a las tres cartas con la mayor solicitud y que le sorprendía mucho no recibir nunca respuesta a las suyas, le dio plena seguridad. Alegróse enormemente el Purpurado por tener en sus manos razones y pruebas para disipar las dudas del Papa, y Pío IX, al oírlo, levantó los ojos al cielo exclamando: -íPaciencia! Sin embargo, el cardenal Bilio sacó la impresión de que el Papa no había quedado muy convencido. Permitió el Señor que el angélico Pontífice hubiese de llevar en los últimos días de su vida una de esas (**Es13.273**))
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