Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es13.134**) al de san Pedro. Según acostumbre, la fiesta empezaba la víspera al atardecer, con la lectura de composiciones en prosa y en verso y con piezas de música y cantos, y tampoco se quiso faltar a la tradición en aquella ocasión. Pero aquel día 28 era la fiesta de san León, día onomástico y cumpleaños del arzobispo Aneyros; era además la víspera de san Pedro, día onomástico de monseñor Ceccarelli. No podía darse coincidencia más feliz. Nadie hubiera podido reconocer allí el patio de la casa: hábiles hermanos, ((**It13.147**)) ayudados por los muchachos mayores, lo habían transformado en un grandioso teatro a cielo abierto. Por encima de su palco, levantado con tablas y cubierto con tapices, había un gran dosel, que protegía con su sombra tres sillones dorados: el más suntuoso, en el centro, era para el señor Arzobispo, y los dos laterales para don Bosco y monseñor Ceccarelli. Todo el palco con su dosel estaba cercado por una pintoresca variedad de gallardetes, oriflamas, flores y farolillos. Delante de aquel trono había por todo el patio faroles de gas, dispuestos en amplio círculo con cristales de diversos colores, que difundían al anochecer una luz viva y tranquila. Los vanos de las ventanas estaban cubiertos con papeles transparentes a dos colores, en los que las lucecitas colocadas detrás hacían resaltar emblemas e inscripciones que ensalzaban a don Bosco y a los huéspedes. Pero atraía las miradas del público, reunido para la velada, una grandiosa estrella transparente que brillaba en lo alto del trono. Tenía ésta dos metros de diámetro y veinte rayos, en cada uno de los cuales se leía el nombre de una casa salesiana con el año de su fundación en la punta. En el centro se destacaba el nombre de don Bosco, aureolado por una faja que tenía en el fondo las siglas O. S. F. S. del Oratorio de San Francisco de Sales. La estrella estaba iluminada por detrás con muchas luces y producía un efecto mágico. El público ocupaba el espacio libre del patio. Lo componían cooperadores y numerosos amigos y cerca de un millar de muchachos entre internos y externos. A los lados se levantaban los palcos para la banda de música de los aprendices y para la coral de los estudiantes. A eso de las nueve los festejados subían las gradas del palco; cuando llegaron arriba hizo don Bosco ademán a monseñor Aneyros para que ocupara el sillón central más elevado; surgió entre ambos una porfía, al querer el uno ceder el honor al otro. La simpática contienda, contemplada primero en silencio por los espectadores, suscitó enseguida fragorosos aplausos de todo el público. Pero venció la humildad de ambos, sugiriendo un óptimo recurso: dejaron vacío aquel sillón e invitaron ((**It13.148**)) a todos los presentes a imaginar que veían sentado en (**Es13.134**))
<Anterior: 13. 133><Siguiente: 13. 135>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com