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((**Es12.540**) en Bitinia, y fue testigo del eclipse y del terremoto, que destruyó algunos edificios en la ciudad de Nicea. El grande y erudito Benedicto XIV hace alusión a un cuarto prodigio, no registrado en el Evangelio, pero sí en la Historia profana. Creo que no os desagradará oírlo tal como lo escribe Plutarco en el libro de la Cesación de los Milagros. Un tal Tamos, dice él, viajaba de Egipto a Italia en una nave cargada de mercancías y viajeros. Llegado a corta distancia de las islas Curzolares, al anochecer, se levantó un viento impetuoso, que lanzaba la nave de acá para allá y ponía a todos en gran peligro. De pronto se calmaron los vientos, amainó el temporal y, en medio de un profundo silencio, se oyó una voz desconocida, que llamó dos veces a Tamos. Este no se atrevía a dejarse ver, pero a la tercera llamada salió de entre el grupo; y entonces siguió diciendo la voz: -Tamos, cuando llegues al puerto de Pélade, anuncia a voz en grito que ha muerto el Gran Pan. Al llegar a Pélade, los vientos se calmaron de nuevo y Tamos pudo anunciar a grandes voces la muerte del Gran Pan, es decir del Padre de todos los hombres, el autor de toda la naturaleza. Apenas había acabado de hablar, cuando se oyeron gritos y suspiros de muchos que lloraban aquella muerte. Cuando llegó la noticia a Roma, el emperador Tiberio quiso oírla contar al mismo Tamos. El susodicho Benedicto XIV cree que aquellos llantos eran gemidos de los espíritus malignos, que veían aniquilado su poder con la muerte del Salvador. Tillemont (nota trigésimo séptima sobre la vida de Jesucristo), el cardenal Baronio (año trigésimo cuarto de las Crónicas), Alejandro Natale (I siglo, Cap. 1); Eusebio de Cesarea y el cardenal Goti admiten este milagro y añaden que hechos parecidos, recogidos por la Historia profana, tienen mucha autoridad para confirmar las verdades y los hechos de los Libros Santos. Así expuestos los hechos sucedidos mientras Jesús pendía de la Cruz en el Calvario, es menester llegar a una conclusión oportuna para nosotros como cristianos y como católicos. Como cristianos, respetables señores, no debemos olvidar nunca que Cristo Salvador alcanzó el sublime trono de gloria a la diestra del Padre Celeste y un Nombre que está por encima de todo nombre: ((**It12.641**)) pero esto lo alcanzó con su larga, dolorosa pasión y muerte. Si deseamos ir al Cielo a la posesión de la eterna gloria, que nos compró a tan gran precio y que tiene preparado para todos los redimidos, debemos imitarlo en los sufrimientos de esta tierra. Qui vult gaudere cum Christo, oportet pati cum Christo. Y como católicos, tengamos grabado en la mente que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, un solo Jesucristo muerto por todos. Todos nosotros debemos, pues, poner en El nuestra confianza, creer en El, esperar en El, pues sólo El con su pasión y muerte nos ha hecho hijos de Dios, hermanos suyos, miembros de su mismo cuerpo, herederos de los tesoros mismos del cielo. Concedednos, Señor, pide la Santa Iglesia, que participando de los méritos del cuerpo y sangre sacrificado en la Cruz, merezcamos ser contados en el número de vuestros miembros: Ut inter eius membra numeremur, cuius corpori communicamus et sanguini (Sab. 3.¦ sem. de Cuar.). Convertidos en miembros del Sagrado Corazón de Jesús, debemos mantenernos estrechamente unidos a El, no en abstracto, sino en concreto, en el creer y en el obrar. Sigue pidiendo la Iglesia que sea una sola la fe de todos los creyentes, y esta fe reine (**Es12.540**))
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