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((**Es12.506**) tentaciones; pues bien, acudid al remedio indicado por Moisés; meted en las aguas amargas el madero que tiene la propiedad de endulzarlas, quiero decir, el madero de la Cruz, o sea, el recuerdo de la pasión de Jesús y de su divino sacrificio, que se renueva cada día en nuestros altares. Concluida la vuelta imaginaria por toda la casa, volvió al pensamiento del trabajo, que desarrolló más a fondo. Bien asentado que nuestra vida es activa y laboriosa, siguió diciendo: A este propósito san Ambrosio, que saca de la historia sagrada y profana los hechos que admiten aplicación a la vida religiosa, establece una bella semejanza, tomándola de las abejas, y creo que este Santo habría estudiado a fondo a Virgilio, o por lo menos lo habría leído varias veces. Empieza diciendo: La abeja sabe elegir su tiempo. Sabe cuándo tiene que salir y cuándo retirarse. Si llueve o truena, si estalla la tormenta, en conclusión, si hace mal tiempo, las abejas no salen de sus colmenas, sino que se quedan dentro bien abrigadas; y si, por casualidad, la lluvia o la ventisca las sorprende en el campo, huyen a la colmena y, si no tienen tiempo para llegar a ella por la distancia o la inminencia del peligro, se ponen al abrigo lo más pronto que pueden en lugar seguro, bajo una peña, en el hueco de un tronco o bajo las ramas de un árbol tupido. Lo que hacen las abejas por instinto, hacedlo vosotros por obediencia, y sea esta la norma a seguir en las otras cosas. íCon esta obediencia qué inmenso bien podremos hacer para nosotros y para los demás! Un religioso que quiere salir, si oye los ruidos del mundo, entonces no debe salir, Si tú has dejado el siglo, al volver a él te encuentras en peligro. Así, si nos encontrásemos por el mundo y nuestra alma corriese algún peligro, si podemos, retirémonos en seguida a la colmena, a nuestra casa; o al menos mudemos de habitación, de conversación o manera de proceder para dejar, tan pronto como tengamos tiempo, cualquier cosa, para volar con la mayor presteza a lugar seguro. San Ambrosio prosigue: vosotros, que queréis haceros religiosos, observad a las abejas cuando han tomado posesión de las colmenas, que el colmenero les ha preparado. Son unas tablas desnudas, pero ellas hacen allí una habitación organizada. Saben que hay una planta con una corteza muy delgada, que echa un jugo, y allí vuelan ellas y extraen una sustancia muy amarga y viscosa. Después vuelven, y con esta sustancia ((**It12.601**)) embadurnan toda la superficie de la colmena, sin dejar ningún agujero. Verdad es que a la entrada hay muchos agujeros; pero los reducen después a uno solo y todas tienen que pasar por él al entrar y al salir. Así lo hacen, ya sea para que los que están fuera no puedan observar lo que se hace allá dentro, ya sea para que los animalitos roedores que intenten entrar en aquella habitación sean rechazados por el amargor de aquella sustancia, así como también los insectos que querrían comerse la miel; y si el carpintero hubiese colocado algún cristal para poder ver el interior, ellas lo untan con aquel jugo, que ya no deja ver. Vosotros los religiosos, tapad las ventanas, de suerte que ya no podáis ver el mundo. Imitad a la abeja, que saca del árbol aquel jugo amargo. El árbol para nosotros es la cruz, de la que podemos sacar fortaleza con la oración y la meditación. Diríjanse a Jesús todos nuestros deseos. Esta vida retirada, verdad es, no es una diversión, tiene sus amarguras, cuesta sacrificios. Pero este jugo de la cruz es como el de la abeja, que (**Es12.506**))
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