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((**Es12.495**) belleza, todos repartidos en bosquecillos, prados y parterres de flores, de formas y colores variados. Ninguna de nuestras plantas puede darnos una idea de aquellas otras, aunque guardaban con ellas alguna semejanza. Las hierbas, las flores, los árboles, las frutas eran vistosísimas y de bellísimo aspecto. Las hojas eran de oro, los troncos y ramas de diamante y lo restante hacía juego con esta riqueza. Imposible contar las diferentes especies, y cada especie y cada flor resplandecía con luz propia. En medio de aquellos jardines y en toda la extensión de la llanura contemplaba yo innumerables edificios de un orden, belleza y armonía, de tal magnificencia y de tan extraordinarias ((**It12.587**)) proporciones que para la construcción de uno solo de ellos parecía que no habrían bastado todos los tesoros de la tierra. Al contemplar aquello me decía yo a mí mismo: -Si mis muchachos tuvieran un sola de estas casas, ícómo gozarían!, íqué felices serían!, ícon cuánto gusto vivirían en ellas! Y así pensaba sólo al ver aquellos palacios por fuera. íCuál no debería ser su magnificencia interior! Mientras contemplaba extasiado tan estupendas maravillas y el ornato de aquellos jardines, llegó a mis oídos una música dulcísima y de tan grata armonía que no os podría dar una idea de ella. En su comparación, nada tienen que ver las de Cagliero y Dogliani. Eran cien mil instrumentos que producían cada uno un sonido distinto del otro, mientras todos los sonidos posibles difundían por el aire su sonoridad. A éstos uníanse los coros de los cantores. Vi entonces una multitud de gentes dispersas por aquellos jardines que se divertía en medio de la mayor alegría. Quién tocaba, quién cantaba. Cada voz, cada nota hacía el efecto de mil instrumentos reunidos, todos diversos entre sí. Al mismo tiempo oíanse los diversos grados de la escala armónica, desde el más alto al más bajo que se puede imaginar, pero todos en perfecto acorde. Para describir esta armonía no bastan las comparaciones humanas. En el rostro de aquellos felices moradores del jardín se veía que los cantores no sólo experimentaban extraordinario placer en cantar, sino que al mismo tiempo sentían un inmenso gozo al oír cantar a los demás. Y cuanto más cantaba uno, más se le encendía el deseo de cantar, y cuanto más escuchaba, más deseaba escuchar. Su canto era éste: Salus, honor, gloria Deo Patri Omnipotenti!... Auctor saeculi, qui erat, qui est, qui venturus est judicare vivos et mortuos, in saecula saeculorum. Mientras escuchaba atónito estas celestes armonías vi aparecer una multitud de jóvenes, muchos de los cuales habían estado en el Oratorio y en algunos otros colegios; a muchos, por consiguiente, los conocía, aunque la mayor parte me era desconocida. Aquella muchedumbre incontable se dirigía hacia mí. A su cabeza venía Domingo Savio, y detrás de él don Víctor Alasonatti, don César Chiala, don José Giulitto y muchos, muchos otros sacerdotes y clérigos, cada uno de ellos al frente de una sección de niños. Entonces preguntéme a mí mismo: ->>Duermo o estoy despierto? Y daba palmadas y me tocaba el pecho para cerciorarme de que era realidad cuanto veía. Al llegar toda aquella turba delante de mí, se detuvo a una distancia de unos ocho o diez pasos. Entonces brilló un relámpago de luz más viva, cesó la música y siguióse un profundo silencio. Aquellos muchachos estaban inundados de una grandísima alegría que se reflejaba en sus ojos, y sus rostros eran como un trasunto de la paz (**Es12.495**))
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