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((**Es12.48**) menos fruto; en cambio, si se sigue la murmuración, el hablar mal o cosas semejantes, no se pierde algo, sino todo por completo. >>Y a quién le corresponde palmotear, insistir, gritar, vigilar, para que estas murmuraciones, para que estas malas conversaciones no se produzcan? íUsted lo sabe! -Pero, >>qué es lo que hacían aquellos clérigos?, le pregunté. >>Acaso no podían ellos impedir tan gran mal? -Nada impidieron, prosiguió el anciano. Unos estaban observando como estatuas mudas; otros no se fijaban, no pensaban, no veían o estaban con los brazos cruzados; otros no tenían valor para impedir tal mal; algunos, aunque pocos, se unían a los murmuradores, tomando parte en sus maledicencias y haciendo el oficio de destructores de la palabra de Dios. Tú que eres sacerdote, insiste sobre esto: predica, exhorta, habla, no tengas nunca miedo de decir demasiado; todos saben que el poner en ridículo a quien predica, a quien exhorta, a quien da buenos consejos es una de las cosas que pueden ocasionar mayor mal. Y el permanecer mudo cuando se ve algún desorden y el no impedirlo, especialmente si se puede y se debe, es hacerse cómplice del mal de los demas. Yo, impresionado al oír estas palabras, quería seguir mirando, observando esto y aquello, amonestar a los clérigos y animarlos a cumplir con sus deberes. Pero vi que se aprestaban ya a poner en fuga a las gallinas. Al avanzar unos pasos, tropecé con un rastrillo de los de extender la tierra, que haba sido dejado allí, y me desperté. ((**It12.45**)) Ahora dejémoslo todo a un lado y saquemos alguna moraleja. Veamos qué le parece este sueño a Don Julio Barberis. -Que es un garrotazo con todas las de la ley y que al que le da de lleno no lo deja bien parado. -Cierto, replicó Don Bosco; es una lección de la que hemos de sacar provecho. No lo olvidéis, queridos jóvenes; evitad entre vosotros toda suerte de murmuración, considerándola como el mayor de los males; huíd de ella como se huye de la peste y procurad no sólo evitarla, sino haced que los demás también la eviten. Algunas veces, unos consejos santos, unas obras extraordinariamente buenas, no hacen tanto bien como el que consigue impedir una murmuración o una palabra que pueda dañar a los demás. Armémonos de valor y combatámosla valientemente. No hay peor desgracia que hacer perder su eficacia a la palabra de Dios. Y a veces basta una palabra, basta una broma. Os he contado un sueño que tuve hace varias noches, pero la noche pasada soñé algo que deseo también narraros. No es aún muy tarde, son apenas las nueve y, por tanto, tengo tiempo de exponéroslo. Por lo demás, procuraré no ser muy largo.Me pareció, pues, encontrarme en un lugar que ahora no sabría decir qué lugar fuese; ciertamente no era Castelnuevo y tampoco el Oratorio. Y llegó uno a toda prisa a llamarme: -íDon Bosco, venga! íDon Bosco, venga! ->>Por qué tanta prisa?, pregunté. ->>No sabe lo que ha sucedido? -No sé lo que quieres decirme; explícate mejor, repliqué con cierta inquietud. ->>No sabe que fulano, tan bueno, tan lleno de brío está gravemente enfermo; mejor dicho, moribundo? -No creo que quieras burlarte de mí, le dije, porque precisamente esta mañana he estado hablando y paseando con ese muchacho que me dices está moribundo. -íAh! Don Bosco, no quiero engañarle y me creo en la obligación de decirle toda la verdad. El joven en cuestión necesita urgentemente de su presencia y desea verle(**Es12.48**))
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