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((**Es12.478**) Pero, tened entendido que la verdadera sabiduría viene sólo del Señor; y huir del ocio y emplear bien el tiempo no os serviría de nada, si tuvieseis el pecado encima. Initium sapientiae timor Domini. Por eso, ante todo, debemos arreglar bien nuestra conciencia. Sapientia non intrabit in animam malevolam et non habitabit in corpore subdito peccatis. Esta máxima estaba escrita en un cartel colgado en el salón de estudio; no sé si todavía está, pero si no estuviere, mande don Celestino Durando colgar otro. Y repetiré siempre el mismo aviso que acostumbro dar al principio del curso:confesión frecuente y comunión frecuente. En cuanto a la confesión frecuente, no voy yo a fijaros el día exacto; los Santos Padres dicen que cada semana, unos que cada quince días y otros que cada mes. San Ambrosio y san Agustín están de acuerdo en decir que cada ocho días. Yo, por mi parte, no os doy ningún consejo especial; sólo os diré que vayáis al confesor siempre que os remuerda la conciencia por algún pecado. Unos pueden estar ocho, diez días sin cometer ninguna culpa, otros quince y otros veinte. Pero puede que alguno pueda estar sólo tres o cuatro días y después cae en pecado; éste acérquese aún más a menudo a la santa confesión a no ser que que se trate de naderías. El catecismo habla de confesarse una vez al mes o cada quince días. San Felipe Neri decía y recomendaba confesarse cada semana. Así lo hacía san Luis. Pues bien, el que quiera pensar un poco en su alma, vaya una vez al mes; quien quiera salvarla, pero no se sienta tan ardiente, vaya cada quince días; quien quisiese llegar a la perfección, vaya cada semana. Más, no; salvo que tuviese algo que pese en la conciencia. En cuanto a la comunión frecuente, no quiero prescribiros el tiempo; quiero contaros una sencilla anécdota. Pero antes miremos el reloj, no sea que nos pasemos de la hora... Son las nueve y ocho minutos. Lo que quiero contaros es un hecho, que se cuenta en cinco minutos. Había un hombre que solía confesarse con san Vicente Paúl, pero no le gustaba este confesor, porque le ordenaba la comunión frecuente y le insistía para que fuera a comulgar varias veces a la semana. Cansado ((**It12.567**)) de aquella exigencia, pensó cambiar de confesor e ir a otro. Lo encontró y le dijo: -Sepa que yo solía confesarme con el padre Vicente, pero me ordenó que comulgara casi todos los días. A mí eso no me va y vengo a usted, para que me aconseje. Aquel confesor, sin poner mientes tal vez en el mal que hacía, le contestó: -Tienes razón, hijo mío. >>A qué tanta frecuencia? Empieza por poco. Basta comulgar una vez a la semana. Pasado algún tiempo, aconsejó a su penitente que recibiera la comunión una sola vez cada quince días, porque así podría prepararse mejor. Por fin, yendo cada vez más adelante en su falso sistema de dirección, no sé por qué motivo, tal vez porque le veía caer siempre en los mismos defectos, o tal vez porque creía que no adelantaba bastante en la virtud, acabó por decirle que comulgara una sola vez al mes. El pobre hombre seguía sus consejos. >>Y qué sucedió? Que al poco tiempo dejó completamente la comunión y sólo se confesaba. Después comenzó a frecuentar los teatros, luego los festines, los bailes y otros entretenimientos atractivos. Terminó por dar un adiós a la confesión y entregarse a una vida licenciosa. Pero, después de pasar algún tiempo en esa vida, no sintiéndose satisfecho como antes, y agitado además por los remordimientos de sus culpas, volvió a san Vicente y le dijo: -íEsto va mal, padre Vicente, esto va muy mal! ->>Y por qué, le preguntó san Vicente, por qué habéis venido a verme? -Porque me cansé de tanta comunión y quise cambiar de confesor para no comulgar tan a menudo. Pero veo que, dejando la comunión, dejo también la piedad, (**Es12.478**))
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