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((**Es12.395**) Yo quería avisarles, gritar, correr adonde estaban; pero el otro se negaba; insistí que me dejase. Pero me contestó secamente: -Tú también tienes que bajarte, íobedece! No me había tirado aún al suelo, cuando un terrible mugido, espantoso, tremendo, se dejó oír. El toro estaba ya próximo a nosotros. Todos temblábamos y nos preguntábamos: ->>Qué pasa? >>Qué pasa? -No temáis; pegaos al suelo, les gritaba yo. Y el desconocido continuaba diciendo en alta voz: -Qui se humiliat, exaltabitur, et qui se exaltat, humiliabitur... qui se humiliat... qui se humiliat... Una cosa extraña, que me llenó de estupor, fue la siguiente: que a pesar de que yo tenía la cabeza pegada al suelo y de estar completamente con los ojos pegados al polvo, veía perfectamente todo cuanto sucedía a mi alrededor. El toro tenía siete cuernos casi en forma de círculo; dos los tenía situados en las narices, dos en el lugar de los ojos, dos en el sitio corriente de los cuernos y uno encima. Y ícosa maravillosa! ((**It12.465**)) Dichos cuernos eran fortísimos, movibles, los podía volver hacia donde quería, de manera que, para echar por tierra a uno, al correr, no tenía que volverse de un lado o de otro, sino que bastaba que prosiguiese adelante, sin retroceder, para abatir a quien encontraba. Los cuernos más largos eran los que tenía sobre el hocico, con los que causaba estragos verdaderamente espantosos. Ya estaba el animal muy cerca. Entonces el personaje comenzó a gritar: -Ahora se verá el efecto de la humildad. Y íoh maravilla!, en un instante todos nosotros nos vimos levantados por los aires a una considerable altura, de modo que era imposible que el toro nos pudiese alcanzar. Los que no se habían bajado no fueron levantados. Y al llegar el toro los destrozó en un momento. Ni uno solo se salvó. Nosotros entretanto, elevados de aquella manera en el aire, teníamos miedo y decíamos: -Si caemos desde arriba sí que estamos perdidos. íPobres de nosotros entonces! >>Qué será de nosotros? Entretanto veíamos al toro furioso que intentaba alcanzarnos; daba saltos terribles para darnos cornadas; pero no nos pudo hacer ningún mal. Entonces, más furioso que nunca, hizo ademán de ir en busca de algunos compañeros, como diciendo: -Nos ayudaremos los unos a los otros y formaremos una escalera... Y así, habens iram magnam, se fue. Entonces nos encontramos nuevamente tendidos en el suelo, y el personaje aquel comenzó a gritar: -Volvámonos hacia el mediodía. SEGUNDA PARTE Y he aquí que, sin comprender cómo sucedía aquello, la escena cambió por completo delante de nosotros. Dirigiendo nuestra mirada hacia el mediodía, vimos expuesto el Santísimo Sacramento; había muchas velas encendidas en una y otra parte y ya no se veía el prado, sino que nos parecía encontrarnos en una iglesia inmensa, muy bien adornada. Mientras estábamos todos postrados en adoración delante del Santísimo, he aquí (**Es12.395**))
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