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((**Es12.345**) -Don Francisco Cerruti cayó enfermo en Mirabello en 1864. Don Bosco encargó le dijeran que siguiera dando clase a los de cuarto y quinto curso. El obedeció, pero recayó tan gravemente que se temió por su vida. Entonces don Miguel Rúa encargó que suplicaran a don Bosco que dispensara a don Francisco Cerruti de aquella clase tan pesada. Don Bosco le respondió: -Cerruti siga dando clase. -Don Francisco Cerruti continuó. Al anochecer del primer día se sintió agotado; mas el segundo siguió dando clase y se encontró mejor, el tercero estaba curado casi del todo. Obedeciendo la palabra de don Bosco, todas las semanas viajaba a Turín para asistir a clase en la Universidad, y esto no le perjudicó. Más tarde, se le envió a abrir y dirigir la nueva casa de Alassio: estaba tan débil que temía morir por el camino. Cuando hube oído sus justas observaciones le dije que fuera. íY don Francisco Cerruti marchó! Durante las primeras horas le pareció que iba casi a desmayarse; pero llegó a Alassio perfectamente restablecido. íCuando tenga que demostrar que vir oboediens loquetur victorias, no tendrá que ir a buscar ejemplos en los libros! Si el clérigo Herminio Borio se hubiese encontrado presente, habría podido narrar a los compañeros lo que le sucedió a él en otoño y que describió en una carta doce años después. Las fiebres palúdicas, que le atacaron en Borgo San Martino durante el verano de 1876, habían minado grandemente su salud. Fue a Alassio a tomar los baños y empeoró, probó los aires de su pueblo natal, pero sin mejoría alguna. ((**It12.404**)) A pesar de todo esto recibió la orden de prepararse a los exámenes de licenciatura del bachillerato para lo cual se trasladó al colegio de Valsálice en Turín. La preocupación y el cansancio del estudio agravaron sus fiebres palúdicas. Un día, a eso de las dos de la tarde, al sentirse atacado por los acostumbrados escalofríos, desolado y aunque no fuera más que para recibir algún consuelo de los Superiores, bajó hasta el Oratorio a pie con un delirio que a duras penas le dejaba ver el camino y andar. Llegó al Oratorio como Dios quiso, topó de manos a boca con don Bosco, que paseaba bajo los pórticos, y le besó la mano. El Siervo de Dios, que le vio tan pálido y desfallecido, le preguntó afectuosamente qué tenía, le puso la mano sobre la cabeza, quedóse un instante como en actitud de reflexionar y le dijo con el aire de consuelo que le caracterizaba: -íAnimo! Despidióse el clérigo y subió a descansar. Mientras estaba sentado en la sala contigua al despacho del prefecto, cesóle la fiebre y no le (**Es12.345**))
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