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((**Es12.333**) Ciertos episodios son como comer cerezas que una llama a otra. Antonio Aime era un chiquillo de once años, huérfano, alumno del segundo curso del bachillerato, confiado a don Bosco por la divina Providencia. Lo mismo que otros, que no tenían quien pudiese mantenerlos durante las vacaciones, se quedaba en el Oratorio. El Beato, que se encontraba en Lanzo para los ejercicios espirituales de los salesianos, pensó en él y escribió al secretario, don Joaquín Berto, que lo llevase allí para pasar unos días. Fue con Pedro Furno, del primer curso. Los dos buenos muchachos, cuando se vieron en Lanzo, hubieran querido hacer ellos también, los ejercicios; pero se opuso el predicador de las instrucciones, don Francisco Dalmazzo, porque aquéllos no eran ejercicios para muchachos. Se quejaron a don Bosco el cual, sonriendo, les dijo: -Pues bien, si don Francisco Dalmazzo no os deja hacer ejercicios espirituales, don Bosco os hará hacer ejercicios corporales. Id al prefecto del colegio y decidle de mi parte que os dé veinte céntimos a cada uno todos los días, un panecillo por la mañana, otro por la tarde, y después, mientras estéis aquí en Lanzo, iréis a desayunar y a merendar a la montaña con pan y leche fresca. El mismo trazó, además, el horario de sus vacaciones, que no podían resultar más agradables, como más tarde declaraba por los dos don Antonio Aime. Este fue Inspector, primero en España y después en América; donde quiera que estuvo, se le recuerda con veneración. También Furno llegó a ser salesiano y fue el primer Director de la casa de Trento. El mes de septiembre y todo el otoño era el tiempo de las inscripciones ordinarias en el noviciado. Los escasos hechos, no sepultados por el olvido, ilustran en este volumen, como en el precedente, los criterios que servían de norma ((**It12.390**)) a don Bosco para admitir y no admitir a alguien a formar parte de su familia mayor. Había en el Oratorio tres aprendices, que, movidos por el afecto a nuestras cosas, ansiaban asistir a las meditaciones y conferencias de los novicios: Borghi, Ghiglione y Garbellone. -Son muchachos buenos y conocidos, dijo el Beato. Estoy conforme con que tomen parte en todo lo que hacen en común lo novicios. Es más, por mí, querría que dos tercios de los muchachos tomasen parte; sustancialmente no se hace en esas reuniones más de lo que tendría que hacer todo buen cristiano, excepto que entre nosotros se reprenden algo más libremente los defectos en las conferencias. Pasando por alto a los dos primeros, >>quién de los nuestros no ha conocido siquiera de nombre al tercero? Pues bien, él fue una prueba (**Es12.333**))
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