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((**Es12.286**) recado a través del teólogo Angel Rho, su paisano de Pecetto y primo a la vez, que, si dejaba a don Bosco, él lo admitía gratuitamente en el seminario, y además le proporcionaría ropa y libros. El contestó que se encontraba muy bien con don Bosco y que nunca traicionaría a quien hasta entonces lo había atendido e instruido y a quien quería como a un padre. Otro hermano del teólogo, Delegado provincial de Enseñanza en Turín, también le proporcionó un peligroso asalto. Era Picollo clérigo desde hacía algunos años cuando le envió un recado a través de la madre, diciéndole que, si dejaba a don Bosco, le ((**It12.332**)) concedería una plaza de profesor en un instituto del Estado y, al cabo de dos años, le facilitaría la misma cátedra. El clérigo repitió la misma respuesta que ya había dado a su hermano, el teólogo. Sarcásticamente dijo el Delegado a la madre: -íBueno! Diga usted a su hijo que siga con don Bosco, y que sin duda llegará a cardenal. Cuando se enteró don Bosco de los dos incidentes, aunque por un lado le dolió ver los intentos que se hacían para arrancarle a sus clérigos, por otro lado disfrutó ante las pruebas de fidelidad que le daban sus hijos tan jóvenes todavía. Al tratar este tema de la vocación y la búsqueda de sujetos vale la pena recordar el caso de aquel otro muchacho de quien hicimos mención más arriba 1: nos referimos a José Mino, alumno del quinto curso del bachillerato. No había dado nunca motivo de queja durante cinco años. Como era buen cantor y muy simpático, se había encontrado en ocasiones y peligros mayores que ningún otro, pues le tocaba asistir a fiestas y banquetes, donde era aplaudido por todos. A pesar de ello siempre se había mantenido bueno y su único deseo era llegar a ser sacerdote. Fue don Bosco mismo quien, después de los ejercicios, dijo a algunos sacerdotes, entre los cuales estaba don Julio Barberis, estas palabras que él consignó en su crónica: -íSi Mino se quedase en el Oratorio como clérigo e ingresara en la Congregación! íCuánto me gustaría que se quedara! Le he atendido todo lo que se puede atender a un muchacho, me he preocupado por él, y puedo decir que siempre me ha correspondido. Nunca sucedió que le dijese una palabra o le diera un consejo, y cayera en el vacío. No dejé pasar ninguna circunstancia sin hacer por él, aun con gran incomodidad, lo que yo consideraba ante el Señor que se podía hacer por su bien. Ahora que ha terminado el quinto curso y tiene que vestir la sotana, ícómo me gustaría que se quedase con nosotros! Pero no 1 Véase pág. 101 (**Es12.286**))
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