Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es12.285**) mismo, para que haga de mí desde hoy lo que quiera y me tenga siempre consigo. -Verdaderamente, le contestó don Bosco, no podrías hacerme un regalo más agradable. Lo acepto, no para mí, sino para ofrecerte y consagrarte enteramente al Señor. Este mismo muchacho, unos años antes, en razón de un malentendido, había creído que el Prefecto pensaba enviarlo a su casa, porque su madre viuda tardaba en pagar la módica cuota convenida. Corrió a don Bosco y le expuso la duda que le atormentaba. Don Bosco miróle un instante, leyó en sus ojos la pena interior y le contestó con paternal bondad: -Bueno; mira, si el Prefecto te envía a casa, tú sal por la portería, vuelve a entrar por la puerta de la iglesia y ven a don Bosco. El muchacho besóle la mano y se fue tranquilo, prometiendo hacerlo así. Pero no hubo necesidad. Este era aquel joven, de quien escribe don Julio Barberis en su preciosa crónica, tantas veces citada con motivo de una breve visita de los nuevos novicios a sus familias, ((**It12.331**)) antes de tomar la sotana: <>. Es de notar que decimos <> cariñosa y familiarmente, sin el menor sentido de maldad o desvergüenza, sino sencillamente de algo vivo y enredón; en efecto, resulta por los registros que nuestro <> obtuvo al final del curso escolar el primer premio de aplicación y sobresaliente de conducta. A este mismo joven le dijo el Beato, en el momento decisivo de la vocación, estas palabras: -Mira, tienes dos caminos ante ti: el que querrían los tuyos, esto es, una profesión en el mundo, abogado, por ejemplo, y el que te abre don Bosco. En el mundo puedes hacer una estupenda carrera y ganar mucho dinero, pero con el riesgo de no salvar el alma; con don Bosco tendrás que trabajar y a su tiempo también tendrás mucho que sufrir, pero ganarás muchos méritos para el paraíso. Don Francisco Picollo, que fue inspector en Sicilia, comprobó durante veintitrés años la exactitud del vaticinio, cuyo recuerdo le servía de suave consuelo en los prolongados sufrimientos 1. No le habían faltado en su día halagüeñas propuestas. Monseñor Gastaldi, que había oído hablar de él muy favorablemente, le envió 1 Don Francisco Picollo murió en Roma el 8 de diciembre de 1930. (**Es12.285**))
<Anterior: 12. 284><Siguiente: 12. 286>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com