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((**Es12.263**) hacía a la luz del día. Además podían los gobernantes convencerse cada vez más de que la única finalidad de don Bosco era trabajar por el bien de Italia y de los italianos, hasta cuando alzaban velas hacia playas remotas. -Estos, insistía él, se conforman y no hacen más indagaciones cuando ven claras y patentes nuestras intenciones y nuestras obras. Este es el fin de la fiesta en el colegio de Lanzo con motivo de la inauguración del ferrocarril; y es lo que haré aquí ahora y siempre. Cuando se presenta la ocasión, es bueno hablar, decir y manifestar, de modo que conozcan lo nuestro; porque ahora con estos personajes encumbrados se va adelante con miedo y sospecha en todo. Basta que sepan que una Congregación actúa, y no conozcan lo que hace, para que teman enseguida y anden ojo avizor. No hace falta mirarnos con anteojos de aumento: lo decimos todo a quien quiere enterarse y, si cuadra, también a quien no quiere. Verdad es que se necesita dar a conocer muchas cosas, y hacer que se oigan, porque en general agradan al público; otras, por el contrario, no conviene divulgarlas tanto, porque pueden herir la susceptibilidad de algunas corporaciones religiosas, o hacer fruncir el ceño a ciertos tipos prudentes o descontentadizos; pero, la verdad sea dicha, nosotros verdaderamente somos demasiado expansivos. El lugar oportuno para tratar sobre misiones con el Gobierno era el Ministerio de Asuntos Exteriores. Don Bosco se valía para sus relaciones con aquel Ministro del comendador Malvano, su secretario general, israelita piamontés, que en todo tiempo fue extremadamente bondadoso con él. Así, pues, por su medio envió al ministro Melegari esta memoria: ((**It12.306**)) Excelencia: El pasado mes de abril tuve el honor de exponer a V. E. la triste condición en que se encuentran los italianos dispersos por la República Argentina y otros países de América del Sur, por falta de instrucción y educación moral. Sugería a la vez algunos medios que me parecía podían remediar aquella necesidad, y explicaba cómo, a título de experimento, yo había enviado diez socios salesianos, es decir, diez miembros de la asociación de beneficencia titulada de San Francisco de Sales, cuyo fin es atender a los niños más pobres y abandonados de la sociedad. V. E. mostró su aflicción ante aquella relación, alabó el proyecto y prometió el apoyo del gobierno, por lo que me dirigió al marqués de Spínola, que estaba a punto de partir como embajador a Buenos Aires. Aquel inteligente señor apreció la gravedad de la situación, prometió ocuparse del asunto con toda su energía, tan pronto como asumiera el cargo, y mientras tanto me aconsejó continuara la negociación en Italia con V. E. (**Es12.263**))
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