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((**Es12.254**) que, si no había muerto, había que atribuir la causa a que don Bosco, a quien tenía importantes comunicaciones que hacer, había faltado a la visita. Por consiguiente, insistió en ser llevada a don Bosco a toda prisa. Y tanto hizo que la llevaron a Borgo San Martino, donde se hallaba el Siervo de Dios. Este le dijo, sin rodeos, en presencia de muchos: -íParece mentira que pueda haber tanta malicia y tanta soberbia en una mujer tan joven! íMarchad! Dios no está nunca con una persona desobediente como vos! Y, dirigiéndose a la acompañante, le ordenó: -Llevadla a casa, y que no aparezca nunca ante don Bosco ni en ninguna de nuestras casas. Agustina quería hablar todavía, disculparse, revelar nuevas ((**It12.295**)) profecías, pero don Bosco se negó a oírla. Entonces ella pidió dinero para ir a Roma y presentarse al Papa. Y don Bosco, al ver que seguía insistiendo, ordenó que se le pagara el viaje, pero que no se le diera el dinero, sino que fueran a la estación a sacar el billete. Cuando Agustina oyó estas disposiciones, ya no quiso marchar y hubo que recurrir a la fuerza para sacarla de allí. Se le pagó, pues, el billete para Roma. Llegó a Sampierdarena y halló modo para volver a Mornese. Volvió a marchar. Regresó de nuevo. Y finalmente se fue para siempre y no se supo más de ella. >>Fue una treta del demonio o una trama para arruinar al Instituto? Ciertamente hubo un peligro de sugestión colectiva, que habría podido causar un desastre irreparable. Mas, pese a algún momento de perplejidad, la madre Mazzarello demostró en general una clarividencia que resultó provechosa; el Beato, a su vez, cortó el incidente con su resolución. Hablando de tipos semejantes decía don Bosco: -Hay que estar en guardia. Realmente hay algunas pelanduscas, con tantos recursos y subterfugios que son capaces de engañar al hombre más prudente. Parece que el demonio las posee y les enseña todo lo que él sabe. No hay astucia que valga contra ellas. Si se las pilla en falta por un lado, tienen mil recursos y expedientes para parecer todavía más santas; si se descubren sus mentiras en algo, saben arreglárselas de modo que parecen las más sinceras del mundo. El hombre más sensato, incluso el sacerdote, no acierta a dar con una arma que las rinda; no hay más que la experiencia, la cual enseña que siempre existieron estas malas mujeres, siguen existiendo y no perdonan ninguna maldad, ningún engaño, cuando han abandonado al Señor y se han entregado al demonio. Por consiguiente, apenas se descubre a (**Es12.254**))
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