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((**Es12.253**) se declararon muy satisfechos de la labor de las Hermanas y ellas volvieron al nido satisfechísimas de su trabajo. Durante el año 1876 sucedieron en la casa de Mornese fenómenos extraordinarios, que turbaron la paz durante varios meses. Por recomendación de don Bosco, se había admitido a una postulanta misteriosa, Agustina Simbeni. Procedía de Roma. Decían que era hija de un desterrado político de Siberia. Alardeaba de conocer a distintos prelados y aseguraba haber tomado café en la taza del mismo Papa. Se la había recomendado a don Bosco uno de esos personajes de elevada posición, a quienes no se les puede rehusar nada; pero ninguno se la había presentado. Tenía una voz suave, maneras agradables, esbelta figura y cabellos rubios. Aunque no muy guapa, fascinaba a los que trataban con ella. Parecía inteligente y sana. Todas las de casa la querían; algunas la tenían por santa. Hasta el director, don Santiago Costamagna, la creía dotada de carismas superiores. La madre Mazzarello observaba y callaba. Su innato sentido común y su fino olfato de lo espiritual hacían que procediese con cierta reserva. Le dio mala espina también a monseñor Bonetti, párroco de Rosignano, al cual hacían poca gracia ciertas actitudes de la Simbeni. Y respondió a alquien que le presentó el favorable concepto del Director: -El Director no puede tener todavía ((**It12.294**)) toda la experiencia de un viejo; y, además, siempre ha vivido en ambientes santos. El archivo de las Hermanas posee una larga relación de aquel tiempo, redactada por el Padre Fassio, a la sazón maestro municipal de Mornese. íHabía cosas sorprendentes! Agustina descubría los secretos de las conciencias, adivinaba lo sucedido en lugares lejanos, a veces parecía arrobada en éxtasis y, elevada sobre el suelo, cantaba en italiano y en francés con voz angelical. Le atacó una enfermedad misteriosa, llegó a las últimas, y curó instantáneamente. Se le aparecía una chiquita, que ella llamaba su niña, y que le revelaba secretos de toda clase. Llegó a profetizar que aquel mismo año acaecerían grandes trastornos en Roma, a causa de una guerra, que debía estallar sin falta. El vaticinio llegó al Oratorio, donde despertó una agitación indescriptible. La visionaria dio noticia de ello por escrito al mismo don Bosco, anunciando como prueba de su profecía que, a los tres días, ella, que gozaba de perfecta salud, moriría de repente. En la misma carta invitaba a don Bosco a asistirla en el extremo trance. Toda la comunidad estaba alborotada. Don Bosco no se movió; es más, respondió a don Santiago Costamagna, que le preguntaba si debía asistirla en su paso a la eternidad, que no hiciese nada. Pero llegó el tercer día y Agustina no murió. Dijo (**Es12.253**))
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