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((**Es12.185**) Para preparar bien el ánimo de los aprendices al mes de María, su catequista organizó una velada sui generis, que se celebró en el salón de los sótanos de la iglesia. Se apodó velada catequística. Queremos describirla. Quien hubiera bajado a aquel amplio espacio habría visto la asamblea, presidida desde un alto palco por don Miguel Rúa, don César Chiala y otros Superiores; a un lado la banda, los maestros de taller, algunos clérigos y coadjutores; al otro lado los muchachos, que llenaban todo el espacio; había en el centro un espacio rectangular despejado y una mesita a un lado; estaba sentado junto a la mesita el coadjutor Barale con una bolsa, que contenía unas papeletas con las preguntas del catecismo escritas: Avanzaban al rectángulo del centro los que iban a ser interrogados, cinco o seis por vez, y se renovaban cada cuarto de hora. Barale extraía las papeletas y preguntaba. Los Superiores tomaban nota, cada uno por su cuenta, de los que contestaban mejor. Al final, mientras se declamaban poesías y se interpretaban piezas de música, se hizo el escrutinio de los votos; y, después, se repartieron los premios y diplomas de honor. Hemos omitido un detalle. El último en ser preguntado pidió a Barale que contara un ejemplo, pues esa era la costumbre, después de la lección de catecismo. Barale aceptó y recordó brevemente la vida de César de Bus, con claras alusiones a don César Chiala. Estallaron aplausos al Director de los aprendices; y, como andaba siempre algo delicado, en las poesías y discursos se elevaban preces al Señor por su curación. ((**It12.210**)) Al término de la velada le ofrecieron un ramo de flores artificiales, en cuyos pétalos estaban escritos los nombres de los que habían comulgado por él. Los aprendices derrocharon su entusiasmo por su Director o catequista. Por aquellos días fueron muchas las peticiones para ingresar en la Conregación, y como pareció oportuno el momento, se dieron para ellos unas conferencias a propósito. Don Bosco, que sentía la necesidad de buenos coadjutores, estuvo muy contento de ello. Era admirable sin duda el gran interés de los muchachos del Oratorio por sus Superiores enfermos. También los estudiantes dieron bonitas pruebas de ello. Don Pedro Guidazio se encontraba bastante mal, pero su temple enérgico y trabajador no le permitía dejar sus clases al quinto curso. Los alumnos, apesadumbrados, iban a porfía a comulgar por él, y cada tarde, durante el recreo de la merienda, los cuarenta que eran, se juntaban en el ábside del templo de María Auxiliadora par rezar juntos la corona al Sagrado Corazón de Jesús. Escenas parecidas se renovaban cada año, y no sólo por un superior, sino también por compañeros o por las necesidades de la casa. (**Es12.185**))
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