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((**Es12.131**) la de que aquella facilidad indujera a entregar ((**It12.145**)) el dinero al prefecto, e impedir de esta manera toda transacción entre ellos y apagar en ciertos sujetos el afán de comprar fuera o de importunar a los parientes pidiéndoles gollerías. Hoy jueves, paseo y alegría; creo que todo marcha bien y estoy satisfecho. También el lunes hubo paseo y casi todo fue bien por lo que hace a reponer el cuerpo y el espíritu, menos el chaparrón que os pilló. Pero el paseo, amigos míos, fue malo para el alma. Y no me refiero a todos, pues, al contrario, muchos no hicieron nada que merezca reproche alguno. Sin embargo, para mi gran disgusto, he oído decir que algunos no observaron el reglamento y no supieron portarse bien. Unos salieron de las filas y se pararon para comprar fruta; otros fueron a beber y, si he de creer lo que se me dice, al regresar a casa hacían eses por el camino; otros compraron tabaco y fumaron. No quiero averiguar quiénes son los que tal hicieron, pero diré: >>no sabéis que está prohibido por el reglamento guardar dinero? >>Qué locura es ésa de querer hacer lo que está prohibido? Me parece que con el agudo talento que poseéis, todos podéis comprender que el reglamento está para vuestro bien. -Sí, dirá alguno; pero yo no guardo el dinero, sino que lo entrego a otros. >>Y así creéis cumplir el reglamento? Entregáis vuestro dinero a otros para que os lo guarden y éstos os entregan el suyo para que se lo guardéis; de este modo creéis poder decir, cuando os pregunten, que no tenéis dinero propio, con vosotros. >>Os parece que esto es sinceridad? -Yo no doy a nadie mi dinero, dirá otro. Lo escondo en mi baúl, y diré que no tengo dinero. Es verdad que está prohibido tenerlo; que me registren, que no lo encontrarán. Yo sólo lo tomo cuando quiero comprar algo. Ya veis a qué necedades llegan algunos. Estos tales podrían expresarse mejor diciendo: -Mire; no quiero entregar el dinero, lo quiero guardar yo mismo. Por tanto, si veo que aquí en el Oratorio no se puede hacer esto, me marcho, y vuelvo a mi pueblo. Y yo le contesto: -Pues márchate, y tan amigos como antes. Pero no comprendo cómo estos tales pueden comulgar, y rezar cada día con la esperanza de alcanzar lo que piden. -íEsto no es pecado! Y yo repito que no comprendo cómo éstos se acercan a comulgar con una desobediencia tan grave en la conciencia. Yo suelo decir que es mejor que no comulguen. >>Qué provecho puede sacar de la ((**It12.146**)) santa comunión el que va a recibir a Jesús, casi diciéndole: -Quiero seguir ofendiéndote. Porque, en efecto, el guardar dinero consigo es la raíz de los desórdenes, que suelen cometerse en los paseos. Quede, pues, entendido para siempre lo que ya he advertido otras veces y que es como una orden fija para la salida. El paseo, sea paseo y no parada. Se sale del Oratorio, se va hasta donde se haya determinado llegar, y después se vuelve. No hay motivo para pararse en ningún sitio. Cúmplase esta orden y se evitará otra ocasión de desórdenes. Si se va de paseo, no se va para pararse. De lo contrario nos podríamos quedar en casa. Otra cosa, que ciertamente debe cumplirse, es la de que, cuando se va de paseo, nadie salga de las filas por ningún motivo. Esta es la norma principal de un paseo; si se cumple, quedarán eliminados todos los desórdenes. Y aquí me viene bien advertir (**Es12.131**))
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