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((**Es12.124**) la mente y a la fantasía de los jóvenes incentivos variados, que los librasen de pensar en cosas menos buenas. Lo mismo que con las representaciones teatrales, hacía con las fiestas en la iglesia y fuera de ella; procuraba que se celebraran no sólo con pompa y alegría, sino también a intervalos, de tal manera espaciados, que, cuando se esfumaba la impresión de una, surgiera enseguida la expectación de otra. Con este mismo intento sabía introducir oportunamente conversaciones de hechos y fenómenos impresionantes, contaba sueños misteriosos, despertaba el pensamiento de los exámenes. A veces distraía con sus <>, tomando ocasión de las circunstancias internas o externas. Pero, después de la salida de los misioneros, tenía al efecto una rica mina de noticias con las cosas de América, anécdotas, informes, que impresionaban y ofrecían materia para fantasear y hablar. Con los mayores, valíase también de ayudas literarias para impedir la formación de esas charcas de aguas cenagosas, donde desgraciadamente fermentan las pasiones juveniles. Y así, después de establecidas buenas relaciones con monseñor Ciccolini, árcade general de la Arcadia, se entendió con él, desde el año 1875, para crear en el Oratorio una tertulia arcádica, que estuviese en correspondencia con la Arcadia General de Roma. Para formalizar los actos concernientes a la fundación de una nueva tertulia arcádica era indispensable que se hiciese la propuesta en una junta general de la Academia General de las Arcadias. Estas juntas se celebraban muy de tarde en tarde y no parece que se llegó nunca a una decisión para la <((**It12.137**)) en los Salesianos>>. Sin embargo, durante cierto lapso de tiempo las sesiones académicas con lecturas en prosa y en verso, bajo la dirección de don José Bertello, constituyeron una amena y útil distracción. Otra bonita diversión, para cuantos tenían aptitud para ella, era la música coral, que entretenía a un número considerable de muchachos. Los compositores, que florecían en casa, con don Juan Cagliero y Dogliani a la cabeza, sin contar otros de menor importancia, comunicaron a todos su entusiasmo, y llenaron el Oratorio de cantos y de música. La banda hacía furor en la sección de aprendices. Aquellos benditos músicos habían dado disgustos a don Bosco, el cual, como dijimos en el volumen anterior, disolvió la escuela, eliminó los elementos levantiscos y la renovó después, para satisfacción de todos. El año 1876 concedió al maestro Dogliani que enseñara a tocar el piano a un grupo de alumnos que cumpliesen con determinados requisitos. En conclusión, don Bosco, como experto educador, quería a toda costa desterrar del Oratorio el monótono sucederse de jornadas grises, que (**Es12.124**))
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