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((**Es11.465**) dejaba ver su vivísima pena por no ser comprendido su modo de obrar, totalmente dirigido a la mayor gloria de Dios. Volviendo a mi diario, y a la fecha antes citada, donde he referido la negativa de audiencia, encuentro así reflejada la impresión que me dejó la narración hecha por el Venerable: <>Los innumerables beneficios compartidos con el amigo se cambian así, y, sin embargo, ícuánto se querían antes! >>Por qué habrá cambiado tanto mi tío el Arzobispo? íAh! Quien ha tomado la triste labor de suscitar tales discordias, ciertamente deberá tener mucho remordimiento. >>Por qué, entonces, no se desdice de cuanto afirmó sin el más leve asomo de verdad?>>. A mí me parece que uno de los principales causantes de tales disensiones era el Secretario de mi tío el Arzobispo, el teólogo Tomás Chiuso, difunto ya hace algunos años, y a él aludo con estas palabras. Fui invitada frecuentemente a la mesa por mi tío el Arzobispo, y oí a su Secretario decir chistes y sarcasmos dirigidos a <>, o bien: <>. Declaro que aunque yo he sufrido ((**It11.554**)) perjuicios económicos y experimentado graves disgustos por su culpa, sin embargo no guardo ningún resentimiento contra él, ya que todo lo he perdonado por amor del Señor, y cuando supe que se encontraba en apuros económicos hice saber a alguno de sus parientes o conocidos que estaba dispuesta a socorrerlo. Después de su muerte hice celebrar misas y recé en sufragio de su alma. No me consta y, más aún, estoy convencida de que el Venerable no hablaba con nadie más que con nosotras sobre este tema, y cuando lo hacía, nos decía: <>. Añado ahora que el Venerable, cuando aludía a la persona de mi tío el Arzobispo, siempre usaba el título de señor Arzobispo y rara vez <>. * * * Estoy convencida de que el Venerable soportó constantemente con paciencia y plena resignación estas dolorosas pruebas como todas las demás. Puedo decir que nunca, durante esta larga controversia, le vi alterado, aunque estaba profundamente afligido. Cuando me refirió que no le concedió la audiencia, de la que antes he hablado, anoté en el diario mi impresión y las palabras que le oí: <>. No había visto en mi vida a don Bosco con la faz demudada;pero esta vez, mientras hablaba, su rostro palidecía y después se acaloraba. Nunca he oído a nadie que dijera que el Venerable hubiera manifestado resentimiento por estas controversias. * * * (**Es11.465**))
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