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((**Es11.331**) llantos y sollozos por todas partes y puso a prueba la serenidad de los jóvenes apóstoles. Mientras un coro de niños entonaba desde el coro el motete Sit nomen Domini benedictum ex hoc nunc et usque in saeculum, en el presbiterio, en medio de la conmoción de todos, el amado Padre y los sacerdotes asistentes daban el abrazo de despedida a los que partían. La conmoción llegó al colmo cuando los diez misioneros, saliendo de la balaustrada, atravesaron la iglesia pasando entre los muchachos y conocidos. Se agolpaban en su derredor para besarles la mano y la sotana. El Beato llegó el último al umbral de la puerta, desde donde contempló un grandioso espectáculo: la plaza repleta de gente y una larga fila de coches esperaba a los misioneros, al tenue resplandor de las luces que iluminaban la noche, con el torrente de luz que salía por la puerta de la basílica, abierta de par en par, bajo un cielo límpido y estrellado y una suave brisa que acariciaba a los espectadores. Don Juan Bautista Lemoyne no ((**It11.389**)) pudo contener los afectos que henchían su alma y exclamó: -íAh! don Bosco, >>empieza a cumplirse ahora lo de Inde exibit gloria mea? (de aquí saldrá mi gloria?). -Es verdad, respondió don Bosco profundamente conmovido. Cuando Dios quiso, los misioneros, acompañados por don Bosco y el cónsul argentino, subieron a los coches que, despacio primero y al trote después, se dirigieron a la estación del ferrocarril. Pero fueron más rápidos los alumnos de Valsálice, que les habían precedido a escape y aguardaban en la sala de espera. Y partieron casi inmediatamente hacia Génova. El Beato Padre había prometido en su plática entregar a los misioneros unos recuerdos especiales, como testamento del padre a sus hijos, que quizás no volvería a ver. Los había escrito a lápiz, durante uno de sus últimos viajes, en su cuadernito de apuntes; mandó sacar copias y los entregó a cada uno en propia mano, mientras se alejaban del altar de María Auxiliadora. Sirvan los veinte avisos como sello de este capítulo: 1. Buscad almas, no dinero, ni honores, ni dignidades. 2. Sed caritativos y muy corteses con todos, pero evitad la conversación y familiaridad con personas de diferente sexo o de conducta sospechosa. 3. No hagáis visitas, si no es por motivos de caridad y de necesidad. 4. No aceptéis nunca, a no ser por gravísimas razones, invitaciones para comer fuera de casa. Cuando tengáis que aceptarlas, procurad ir con otro. 5. Preocupaos especialmente de los enfermos, de los niños, de los ancianos y de los pobres, y os granjearéis las bendiciones de Dios y la benevolencia de los hombres. (**Es11.331**))
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